Botonera

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24.11.21

XVII. "VÉRTIGO. DESEO DE CAER", Valencia: Shangrila 2021




EROS Y MASACRE
Paseo por el amor y la muerte en
algunas películas del cine japonés de los '60 y '70


FRAN BENAVENTE Y GLÒRIA SALVADÓ



El imperio de los sentidos (Nagisa Oshima, 1976)



¿Qué lazos establece usted entre la pasión física, el gozo
que produce el placer sexual y la muerte?

Un lazo indisoluble. ¿Acaso en el éxtasis del amor
no se grita: “me muero…”? (1)


Deseamos situarnos justo ahí, en el filo de la navaja como veremos, y explorar este lazo indisoluble −el de sexo, amor y muerte− desde ese límite extremo que supuso, y todavía supone, El imperio de los sentidos (Ai no corrida, 1976) de Nagisa Oshima. Indagar un poco en algunas figuras y motivos que anudan ese lazo tal como aparece en algunas películas del cine japonés, especialmente de los ‘60 y ‘70, que conjugan esos términos alrededor de una política de las imágenes y un deseo de intervención política. Nos referiremos a ciertas películas de cineastas unidos por relaciones personales y de trabajo −Nagisa Oshima, Koji Wakamatsu, Masao Adachi− o bien por sincronía generacional y quizás espiritual con estos otros −Yoshishige Yoshida. 

1. Nagisa Oshima (1932-2013), “Oshima habla de su película”; enero 20, 2013, La Mecánica Celeste: https://lamecanicaceleste.wordpress.com/2013/01/20/nagisa-oshima-1932-2013-oshima-habla-de-su-pelicula/.

Como ocurre siempre que se habla de cine japonés debemos afirmar una perspectiva subjetiva, en absoluto objetivadora ni totalizante, que parte del encuentro de un espectador occidental y algunas imágenes de ese cine oriental, pero considerado como materia para el pensamiento desde la tensión que supone esa distancia cultural y geográfica. Valgan estas prevenciones para tratar de sortear las olas del “orientalismo fascinado” que Go Hirasawa y Alberto Toscano detectan cuando el espectador occidental se enfrenta al sexo y la violencia en el cine japonés. (2) Intentaremos evitar los clichés de la estética sadeana común o las acusaciones de misoginia gratuita que habitualmente dan forma a este fantasma orientalista.

2. TOSCANO, Alberto; HIRASAWA, Go, “Walls of Flesh: The Films of Koji Wakamatsu (1965–1972)”, Film Quarterly 66(4):41-4, junio 2013.


El filo de la navaja

Desde ahí, entonces, desde el lugar del límite. Más precisamente desde la última imagen de El Imperio de los sentidos, aquel plano picado que filma a los amantes tendidos tras el éxtasis: Abe Sada y Kichi; ella serena, vestida con el kimono rosa, tendida junto al cadáver de él, con el pene y los testículos seccionados en una mano, atesorados como una posesión valiosa. El plano picado deja ver el cadáver de Kichi con las heridas del corte abiertas, sangrantes; el rosa del kimono y el rojo de la sangre con la que Sada ha escrito sobre el cuerpo del amante: “Kichi y Sada juntos para siempre”. El lazo irrompible. Ambos han experimentado, y experimentan, la pasión “real”, el goce extremo llevado al límite del orgasmo como muerte por asfixia, primero, y luego por el corte de los órganos sexuales de él. Se trata de la imagen misma del placer, del deseo sexual llevado a esa dimensión “real” generalmente evacuada, pospuesta o diferida en la propia relación sexual.

Lo que no muestra el filme pero explica la voz over sobre esa misma imagen es lo que ocurre después y está en el origen de la película. Sada paseando durante cuatro días con los órganos sexuales de su amante, poseída por la felicidad y el entusiasmo, descubierta y convertida en mito popular. Así culmina su realización radical del deseo sexual y del acto amoroso. La radicalidad del film reside ahí, en el partido absoluto por el discurso sexual como tema y objeto único. Apunta Oshima: “El espacio elegido es exactamente el del amor y la muerte, y para mí cubre por completo el Japón”. (3) Hay aquí algo de sumo interés para proyectar en otras imágenes.

3. “Oshima habla de su película”, op. cit.

Debemos dejar a un lado, tal como se apuntó, la homofonía de Sada y Sade −tan señalada por los comentaristas contemporáneos del film. Como dijo el propio Oshima, era demasiado perezoso para haber releído a Artaud, Sade y Bataille antes de realizar el film [...]





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