Botonera

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25.11.21

XVIII. "VÉRTIGO. DESEO DE CAER", Valencia: Shangrila 2021




DEL EXTASIS AL GRITO
Derivas de la modernidad en El último tango en París,
Lo importante es amar y La gran comilona


JOSÉ FRANCISCO MONTERO
IGNACIO PABLO RICO





El último tango en París (Bernardo Bertolucci, 1972)



I.

“¡Me cago en Dios!”, grita Paul nada más comenzar El último tango en París (Ultimo tango a Parigi, Bernardo Bertolucci, 1972). El chirrido atronador de un tren, que atraviesa un feo paisaje vagamente industrial −no se trata de la codificada imagen romántica de lo parisino, precisamente −, desquicia a un individuo abrumado, como luego sabremos, por una tragedia indisoluble de la tristeza de la vida urbana. Un movimiento descendente −uno de tantos en el filme− acompaña su imprecación: de la máquina perfectamente funcional al ser profundamente quebrado; de Dios al hombre.

Hay en este gesto del hombre que blasfema mientras se tapa los oídos una negación de toda posibilidad de comunicación con el mundo, una rebelión desesperada contra la misma realidad, la asunción de las dificultades de habitarla y de comunicarnos con los otros. ¿Qué es lo que Paul se niega a escuchar, que simultáneamente quiere silenciar con el grito, aquello que provoca su arrebato de furia? Al final de la película, en su último viaje, guiado por el deseo, subirá atropelladamente unas escaleras que le conducirán a la muerte.

En estos últimos minutos, Paul cierra la persiana y con ello un capítulo −el postrero− en su existencia, un movimiento descendente que rima, en sentido inverso, con aquel otro que inicia el filme, y es continuado por uno si cabe aún más expresivo: la cámara que va desde la terraza hacia abajo, hacia la calle, mostrando el mundo exterior. Ese mundo que ha permanecido ajeno a sus encuentros con la muchacha en el piso: el gran teatro de lo social para Paul y de la codificación alienada de lo romántico para Jeanne. La emergencia final de aquello que ha permanecido en el contracampo existencial de las citas en el apartamento se ve y suena como la caída del telón cuando la obra ha terminado. Porque amarse, danzando ese tango sobre el filo de un cuchillo, también ha supuesto un esfuerzo performativo para el uno y para el otro: negar el mundo y sus imposturas implica, necesariamente, actuar contra el mismo. El sendero de la involución que han recorrido y que los devolverá a la animalidad, y el de la inmadurez que hará que se sientan como niños en un patio de recreo, implican liberarse de los sedimentos que la cultura ha depositado sobre generaciones de hombres y mujeres. Porque el conocimiento adquirido les asegura, de forma certera, que amarse del modo en que van a hacerlo acabará con ellos [...]





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