11.
CABALGAR EN SOLITARIO
(Ride Lonesome, Budd Boetticher, 1959)
No hay camino más seguro hacia la comprensión de los grandes westerns de Budd Boetticher y su ubicación en el interior de uno de los géneros considerados autóctonos (2) por los estudiosos del cine USA que seguir la línea general trazada por André Bazin en su acercamiento al cine del oeste. Tres admirables textos escritos en el periodo de apenas cuatro años marcan la pauta de aproximación, primero aplicando una mirada historicista a su evolución en dos de ellos, para después de otear el horizonte con mirada de águila, descender a consideraciones precisas sobre un filme concreto de Oscar Boetticher Jr., más conocido en la industria cinematográfica por su nombre de guerra, Budd Boetticher. (3)
2. Esta es la idea presentada por Martin Scorsese en su más que jugoso documental titulado Un viaje personal con Matin Scorsese a través del cine americano (1995): el cineasta neoyorkino nos recuerda que en el cine USA existen tres géneros genuinamente autóctonos: el cine de gangsters, el musical , y por supuesto, el western.
3. Véanse, en este orden, el prólogo escrito para el libro de J.-L. Rieupeyrout, Le Western ou le cinéma americain par excellence (1953), el artículo publicado en diciembre de 1955 en el número 54 de Cahiers du cinéma en el marco de una evaluación general llevada a cabo por la revista acerca de la Situation du cinéma americain y titulado escuetamente “Évolution du Western” y, finalmente, el dedicado a una película de Budd Boetticher también aparecido en Cahiers du cinéma (nº 74, 1957), “Un western exemplaire: Sept hommes à abattre” (existe versión española de los tres textos en André Bazin, ¿Qué es el cine?, Madrid, Rialp, 1966, pp.395-421).
Sigamos por tanto el hilo de Ariadna que Bazin va desenrollando para nosotros: El western, único género cuyos orígenes se confunden prácticamente con los del cine y que nunca ha perdido su vitalidad (Bazin escribe esto a mediados del siglo XX, hoy las cosas ¿son diferentes?), que ha resistido a todas las contaminaciones más o menos pasajeras (Bazin no alcanzó a vivir las turbulentas décadas de los años sesenta y setenta y su afán deconstructor) que le han alcanzado y que, de la misma, no ha envejecido. Quizás, dice el maestro, porque su secreto (si lo esconde) se identifica de alguna manera con la esencia misma del cine. Esencia que no es otra que el movimiento y cuyos atributos formales son signos de una realidad profunda que no es otra que la del mito. Mito que, como todas sus variantes, se levanta sobre la idealización épica de la historia con la que mantiene, subraya, relaciones que no son inmediatas y directas sino dialécticas. (4) Por eso haríamos mal, advierte el crítico, en tomarnos a broma lo que denomina la “simplicidad corneliana” de los guiones de western de la que los que lleva a la pantalla Budd Boetticher nos van a ofrecer una serie de excelentes ejemplos.
4. En una aguda lectura del “mito” de la mujer en el western, Bazin afirma que en este mundo las mujeres son buenas y el hombre es el malo, la caída de la primera es causa de la concupiscencia de los primeros. Jugosa inversión que no tiene otra razón que las necesidades que al puritanismo anglosajón le planteaban las contingencias históricas.
Adentrándose después en la arena histórica, Bazin sostiene que el western había alcanzado a finales de la década de los años treinta del pasado siglo una madurez bien ejemplificada en esa película singular que es La diligencia (Stagecoach, John Ford, 1939) que combinaba en equilibrio perfecto, “los mitos sociales, la evocación histórica, la verdad psicológica, y la temática tradicional de la puesta en escena del género”. (5) A este estadio clásico le sucederá la llegada a escena, tras la segunda guerra mundial, de lo que Bazin denominará superwesterns, westerns que se avergüenzan de no ser más que ellos mismos e intentan justificar su existencia con la inclusión de algún interés suplementario (estético, sociológico, erótico, político, etc.). Uno de los ejemplos que propone Bazin permite ver con claridad hacia donde apuntaba este nuevo western: se trata del filme de George Stevens Raíces profundas (Shane, 1953) en el que se cambian “mitos implícitos por tesis bien explícitas” haciendo reinar lo que denomina “la molesta significación del símbolo”.
5. No me resisto a citar la comparación que Bazin pone sobre la mesa para calificar el logro fordiano: “La diligencia evoca la idea de una rueda tan perfecta que permanece en equilibrio sobre su eje en cualquier posición que se la coloque”.
La siguiente tesis de Bazin merece retenerse: estos superwesterns apenas han arañado la capa más superficial de las producciones genéricas, la de los filmes A y las superproducciones. En las capas inferiores del sistema (léase en la serie B) el western sigue echando sus raíces profundas (si se me permite el juego cinefílico). Un rápido repaso a la producción de un Raoul Walsh, un John Ford, un King Vidor, o incluso un Howard Hawks, autorizaba en ese momento a mantener la esperanza en el futuro de un género en el que la llegada de nuevos nombres como Anthony Mann (o nuestro Boetticher; pero aplazaremos un poco aún su salida al ruedo) permiten ver cómo es posible ser consciente de que se está haciendo un western sin que eso implique caer en el preciosismo o el cinismo paternalista (y aquí convocará Bazin, nada menos que el ejemplo positivo de Johnny Guitar de Nicholas Ray) mientras se pone en pie un nuevo western que él denomina “novelesco” y que no renuncia ni a la “franqueza con el género”, ni a la “sinceridad espontánea”, ni, por supuesto, a los “personajes atractivos ni a las situaciones emocionantes”.
El recorrido por las páginas de Bazin termina con el encuentro de nuestro guía con una de las obras maestras de Boetticher, que forma un pórtico al conjunto de películas de las que me ocuparé enseguida, el filme titulado Tras la pista de los asesinos (Seven Men from Now), realizado en 1956 para la productora de John Wayne Batjac y que fue distribuida por Warner Bros. Dos presencias importantes a retener aquí, junto a la de Boetticher: el protagonista masculino, Randolph Scott y el guionista, Burt Kennedy. Bazin es categórico: “el mejor western que he visto después de la guerra (…), uno de los logros ejemplares del western contemporáneo (…), el western más inteligente que conozco pero también el menos intelectual, el más refinado y el menos esteticista, el más simple y más bello al mismo tiempo”.
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Pero, ¿quién es Budd Boetticher (1916-2001)? [...]
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