Botonera

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23.2.22

VII. "LA BRUJA. UNA FIGURA FASCINANTE. ANÁLISIS DE SUS REPRESENTACIONES EN LA HISTORIA Y EL ARTE CONTEMPORÁNEOS", Monserrat Hormigos Vaquero / Carlos A. Cuéllar Alejandro (coords.), Valencia: Shangrila 2022




LA BRUJA, LA HECHICERA
Y LA  ADIVINA EN LA PINTURA VICTORIANA

PEDRO ORTEGA


Frederick Sandys, Fata Morgana (1863-64)




Ella me hizo dormir con sus caricias
y allí soñé (¡Ah, pobre de mí!)
el último sueño que he soñado
sobre la falda helada de la montaña.

Vi pálidos reyes, y también princesas,
y blancos guerreros, blancos como la muerte;
y todos ellos exclamaban:
¡La belle dame sans merci te ha hecho su esclavo! (1)


Proponemos este fragmento del poema “La belle dame sans merci” (1819) del romántico John Keats (1795-1821) como punto de partida para nuestro estudio. Y es que cabe señalar que se trata de uno de los hitos de la literatura y la poesía británica del xix que inspiró a los pintores victorianos en materia de brujería y hechicería. Y algo que nos debe hacer pensar que, tal y como lo desarrollaremos en las siguientes líneas, la bruja como arquetipo en sus diversas figuraciones no estará presente de forma explícita en las obras de arte de la era victoriana.

1. Keats. John. Fragmento de “La belle dame sans merci”: http://elespejogotico.blogspot.com/2009/02/la-belle-dame-sans-merci-john-keats.html (consultado el 20 de agosto de 2020).

Por el contrario, cabe mencionar que la literatura anglosajona entre 1840 y 1920 sí que se hizo eco de este tipo femenino con tres enfoques diferentes. De acuerdo con R. Hutton (2), la bruja en las letras británicas aparece bajo tres miradas: la bruja malvada, esto es, la que, a sabiendas, y tras un pacto con el maligno, ejecuta su voluntad para perjudicar a los demás, siguiendo la estela de algunas obras góticas como El monje (1796) de Matthew Lewis; la bruja como víctima, retomando ejemplos como la terrible caza de brujas en Salem; y una tercera visión de la bruja como heroína, a modo de un tímido empoderamiento de la mujer que se manifestará a finales del xix y comienzos del xx, haciéndose eco de la reivindicación de los derechos de la mujer.

2. Hutton, R. (2018). “Witches and Cunning Folk in British Literature 1800-1940”, Preternature: Critical and Historical Studies on the Preternatural, 7(1), pp.27-49: https://doi.org/10.5325/preternature.7.1.0027

Si bien la triple tipología brujeril está clara en la literaria victoriana, la pintura de esta era se muestra mucho más conservadora: la bruja no aparece vinculada con lo demoníaco sino escondida bajo diversos atuendos. Vamos a ver, pues, una elipsis que circunda a la bruja relacionada con lo diabólico para examinar prefiguraciones, como las bacantes romanas, personajes mitológicos, militantes del ciclo artúrico o agentes del mal cuya fuente es la literatura o la poesía (fundamentalmente los poemas de John Keats como el ya referido). También nos haremos eco de un pintor victoriano tardío, John William Waterhouse, que es el único que osó plasmar en sus lienzos a brujas sin ambages, además de otros temas relativos a la hechicería y la adivinación. Este autor está, además, bajo sospecha de haber pertenecido a alguna sociedad secreta, hecho que se pone de manifiesto en los temas de su imaginario, como veremos.


La mujer en el contexto de la pintura victoriana

El período que recorreremos en este capítulo abarca temporalmente el reinado de Victoria (1837-1901) y el de su hijo Eduardo (1901-1910) en el Reino Unido. Aunque se trata de una convención temporal y no vinculada directamente con el patrocinio de estos monarcas (3) ese carácter británico imperial ha otorgado el nombre de “victoriano” y “eduardiano”, respectivamente, a estos períodos cronológicos, sobre todo en relación con las artes y las letras. 

3. No obstante, sí que es cierto que en la corta vida del príncipe Alberto, marido de la reina Victoria, este fue un mecenas de las artes y las ciencias.

La idiosincrasia británica se ha manifestado en su particular y no consensuada visión del mundo, lo cual se traduce en unas normas a contracorriente: conducen por la izquierda, miden la temperatura en grados Fahrenheit, usan otras medidas como las millas o los pies y, en lo que al arte respecta, también siguieron sus propias convicciones. Si nos fijamos en ese casi completo siglo XIX y comienzos del XX, las pautas artísticas dictadas por la Royal Academy, máxima institución en relación con las artes, fueron ajenas al arte europeo focalizado en París como su capital. Mientras en el continente triunfaba el impresionismo, el captar la realidad tal y como es percibida por los sentidos, los británicos centraban su mirada en la Edad Media y la mitología.

Si analizamos de forma global este período, la Inglaterra victoriana vio cómo su arte vivía un segundo romanticismo, lo cual es fundamental para nuestro estudio. Como sabemos, las décadas de 1810 a 1830 habían constituido el período del desarrollo del interés por el individuo, por la naturaleza y por el amor que no tiene sentido si no es ante la muerte. Los románticos arraigaron en Francia con artistas tan geniales como Gericault o Delacroix, y en Alemania con la figura de Friedrich, todo un gigante, pero también Inglaterra puede estar orgullosa de tener a dos grandes románticos como Turner y Constable. Su visión subjetiva y arcaica, aunque transformada, conformó una línea artística que tuvo origen en el Prerrafaelismo (4) y que caló hondo en la pintura posterior abanderada por la academia. Este segundo romanticismo tiene dos elementos clave: la mujer como expresión máxima de la belleza, y la mirada al pasado clásico y medieval y a la mitología como temas artísticos fundamentales. 

4. Movimiento artístico británico que surgió en Londres a mediados del siglo XIX con la intención de protestar ante la pintura académica y reivindicar un nuevo arte. Podemos considerarlos como una primera vanguardia en la pintura británica. Su nombre hace referencia al arte anterior a Rafael de Urbino, y mira a los primitivos como Cimabue o Giotto, así como a los renacentistas del Quattrocento.

Y es que los nacionalismos que había propugnado el primer romanticismo arraigaron con fuerza en la Inglaterra victoriana. Las figuras de Chaucer, el gran autor de Los cuentos de Canterbury (1387-1400) y padre de la lengua inglesa en el siglo XIV, y sobre todo de Thomas Malory (1416-1471), de cuyo puño salieron los relatos que adaptaron las leyendas griálicas francesas y alemanas al entorno británico, fundamentalmente a través del texto La muerte de Arturo, escrito en el siglo xv, fueron invocados y llevados a los lienzos por los artistas victorianos como veremos más adelante.

Esa autarquía que cerró los ojos a lo que acontecía en el viejo continente, fundamentalmente en París, condujo a los artistas británicos a poner su punto de mira también en el mundo de la Antigüedad, fundamentalmente a través de personajes mitológicos, bíblicos e históricos, para recrear escenarios egipcios, hebreos, griegos y romanos, espacios que fueron el marco perfecto para insertar de forma implícita su visión patriarcal, pues allí reflejaron fundamentalmente la figura de la mujer, o bien sometida o bien enemiga del hombre, pero siempre bella. Y es que fuera cual fuese el tema representado en los lienzos, siempre había una fémina de extraordinaria belleza que ocupaba el rol principal de la materia expuesta en el lienzo. Ya fueran diosas o mortales, reinas o plebeyas, ninfas o gorgonas, inocentes o fatales, podemos decir taxativamente que las mujeres protagonizaron la pintura victoriana.

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