Botonera

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24.2.22

VIII. "LA BRUJA. UNA FIGURA FASCINANTE. ANÁLISIS DE SUS REPRESENTACIONES EN LA HISTORIA Y EL ARTE CONTEMPORÁNEOS", Monserrat Hormigos Vaquero / Carlos A. Cuéllar Alejandro (coords.), Valencia: Shangrila 2022




HACIA LA CONSTELACIÓN DE HÉRCULES.
Artistas-Brujas de las Historias del arte en España

MERY CUESTA Y TANIA PARDO


Ángeles Santos, La tertulia, 1929



La constelación de Hércules es una de las más grandes y extensas de nuestra panorámica celeste, y sin embargo, a día de hoy, sigue siendo una de las menos estudiadas y, por tanto, casi desconocida. De la misma manera que se está empezando a atisbar y a analizar con más interés este colosal cúmulo de estrellas, muchas investigadoras del arte, cual astrónomas, estamos empezando a desentrañar el gran enigma cósmico de las mujeres artistas que han sido sobreseídas en las historias del arte. Si nos remitimos en concreto a la constelación de Hércules para activar esta metáfora, es porque– como veremos al final del texto –fue la gran artista Maruja Mallo, sibila y visionaria, quien nos regaló la pista, y por ello tiene un lugar destacado en nuestra disertación. El presente artículo tiene dos objetivos; el primero de ellos, conectar esencialmente el concepto de bruja con la vida y la obra de algunas mujeres artistas, en un intento por despojar de la figura de la bruja sus tradicionales asociaciones malignas, y entenderla –por el contrario– como una fuerza femenina transformadora a través de la experiencia y la sabiduría. Quedándonos con la esencia incorpórea de lo que es la bruja, subrayamos la relevancia del pensamiento mágico en el mismo origen de la práctica artística. En segundo lugar, nuestro texto se aproxima a algunas mujeres que forman parte de una constelación de artistas-bruja. Estas mujeres que unas veces fueron amigas y otras simplemente se rozaron, compartieron inquietudes o se reconocieron en el contexto del pensamiento de vanguardia en España.

La bruja que rasga el velo 

Para entender el tipo de noción sobre la bruja que ampara esta disertación, nos remitimos a una concepción arcaica de la misma, previa al desarrollo del repertorio visual que caracteriza la bruja como estereotipo. Nos referimos pues, a una bruja desencarnada, esto es, sin cuerpo, que –tal y como se tiene conocimiento en las comunidades pirenaicas– no es una entidad humana, sino “un ser sobrenatural que puebla el imaginario nocturno”, según explica la experta en brujas del Pirineo y etnobotánica, Julia Carreras. Este ser sobrenatural hace de mediadora entre los reinos de lo visible e invisible: “Las brujas se originaron históricamente como espíritus nocturnos que carecían o efectivamente abandonaban una dimensión física y caminaban bajo la forma del Otro con otros espíritus, interactuaban con el otro mundo”, concluye Carreras en su blog Occvlta (2018), una de las fuentes que aborda la figura de la bruja primitiva más populares en la actualidad. 

Las cazas de brujas que tienen lugar en los siglos XV y XVI en Europa fueron, primero de todo, cruzadas eclesiásticas contra sectas heréticas, y en esta pesca de arrastre se incluyó también a mujeres que, en muchos casos, adoptaban roles para la comunidad tales como la hechicería, la cura con hierbas o la adivinación. He aquí el momento de la somatización de esa fuerza sobrenatural e invisible que era la bruja primitiva en el cuerpo carnal de la mujer como bruja moderna. Así tomaría forma lo evanescente, adquiriendo atributos progresivamente y forjando estereotipos a base de túnicas negras, escobas voladoras, gorros puntiagudos e incluso verrugas en la nariz.
 
Pero retrocedamos y retomemos el concepto primigenio de bruja como símbolo de comunión con la otredad, como entidad transgresora que media entre dos tipos de esferas y como atentado contra el orden simbólico establecido. La bruja sería, por tanto, aquella que rasga el velo, evocando con estas palabras a la “Isis sin velo” de la ocultista y teósofa Helena Blavatsky. Transitar el camino de la bruja, en esencia, implicaría un ejercicio imprescindible de pérdida y transformación personal, la absorción de saberes, la entrega a la causa de la sabiduría, y el compromiso con una vida en comunión con lo no visible. Adoptar un rol de bruja en un momento dado podría comportar, por poner un ejemplo, la investigación en profundidad del mundo de las plantas y sus propiedades, entendiendo estas como espíritus fecundos que tienen algo que ofrecernos; en nuestro “papel de brujas”, seríamos investigadoras aplicadas del mensaje que estos entes revelan y transmisoras comprometidas del mismo, entregadas a la causa de la conexión entre esos espíritus y la esfera de lo tangible. El vínculo intrínseco de la bruja con la naturaleza se asemeja a la imbricación profunda que algunas artistas de las historias del arte (1) han mostrado, tales como Ana Mendieta, Fina Miralles o Maruja Mallo. En cualquier caso, ellas o nosotras podemos transitar por el camino de las brujas, pero no seríamos brujas, puesto que insistimos en este texto en no despegarnos de la concepción primigenia de la bruja como fuerza sobrenatural desencarnada. Transitar este camino exige la consagración de la vida de una a su recorrido: es un camino de iluminación en el que quemamos y reconstruimos nuestro yo. La actividad artística ha supuesto este ‘camino de las brujas’ para algunas mujeres.

1. ‘Historias del arte’ en vez de Historia del arte, es una expresión que desciende del pensamiento feminista de Griselda Pollock y que emplearemos a lo largo del texto para referirnos a ese constructo comúnmente llamado Historia con la voluntad de ampliarlo incluyendo intencionalmente aquellas figuras y relatos que han sido silenciados o ninguneados por cuestiones de raza, economía o género.

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