1.
La Historia: el documento y la imagen
El mundo está demasiado lleno de imágenes,
de remisiones, de referencias y de reflejos:
su cantidad de realidad se diluye sin cesar
en el juego de la réplica y en el
espacio del punto de vista. (11)
Clément Rosset
Según un sondeo realizado en 2008 por la cadena de televisión UKTV Gold, el 23% de los británicos menores de 20 años pensaban que Winston Churchill era un personaje de ficción. (12) Por otro lado, para el 51% de los encuestados, Robin Hood había existido, así como Sherlock Holmes (58%). El 47% creía incluso que Eleanor Rigby, la desgraciada protagonista de la canción de Los Beatles, era una persona real. Estos inquietantes resultados, entre muchas otras cosas, ponen de manifiesto cómo en la formación del imaginario colectivo se conjugan peligrosamente, hasta su disolución, realidad y ficción.
11. Rosset, C., El objeto singular, trad. Santiago E. Espinosa, Madrid: Sexto Piso, 2007, p.77.
12. https://www.telegraph.co.uk/news/uknews/1577511/Winston-Churchill-didnt-really-exist-say-teens.html (consultado el 28 de noviembre de 2021).
Enfrentarse a la figura de Jesse James como objeto histórico no es la finalidad de este ensayo. Por el contrario, se trata de analizar, tomando ese icono como pretexto, cómo las producciones culturales se generan a partir de la repetición colectiva e insistente de un modelo difuso, basado en ocasiones, como es el caso, en sucesos acontecidos en un pasado más o menos remoto. El relato histórico surge de una larga cadena de intermediarios que acaba en el historiador pero que proviene de los archiveros que recopilaron y ordenaron los documentos en los que se funda dicho relato, así como de los escribanos que antes los copiaron y de las personas que aportaron los testimonios orales o visuales de primera o segunda mano –o quizás más– en los que se basa el documento. Esta cadena, inevitablemente, provoca que el relato se vaya construyendo a partir de las múltiples variaciones e interpretaciones que los distintos eslabones de esa cadena tengan a bien incluir.
Un personaje tan ambivalente como el que nos ocupa, éticamente cuestionable, lleno de dobleces y que vivió una época oscura y convulsa, hace muy difícil una aproximación objetiva o fría y, en cambio, muy sencilla su deriva hacia el mito. Si añadimos que el personaje ha generado una ingente iconografía –a la que no fue ajeno– al coincidir en el espacio y en el tiempo con el nacimiento y evolución del cinematógrafo, llegamos a la conclusión de que lo que pueda aportarse como fuente fidedigna quedará siempre ensombrecido por la duda y deformado por el peso de la ficción.
Tanto temática como conceptualmente, la biografía de Jesse James se ajusta como un guante al índice que estructura la Historia universal de la infamia (1940) (13), y podría haber sido perfectamente un cuento, fragmento, apéndice o añadido más de ese texto, como lo fue la historia de su gemelo en el imaginario social americano, Billy The Kid, cuya biografía sí fue incluida en ese libro por Jorge Luis Borges. Borges tomó del libro Vidas imaginarias, escrito por Marcel Schwob en 1896 (14), la idea para escribir el suyo, así como mucho más tarde Roberto Bolaño hizo lo propio con el de Borges para escribir La literatura nazi en América (1980). (15) De este modo tan aparentemente sencillo como verdaderamente sofisticado se forja esa cadena de transmisión de ideas llamada cultura, cadena que las severas legislaciones sobre la propiedad intelectual pretenden interrumpir y que, en los casos más extremos, amenaza con convertir a los que se resistan en verdaderos outlaws –hermanándolos así con Jesse y su caterva de forajidos–. Como plantea Vila-Matas, esa codiciada idea, compartida por esta delictiva fraternidad literaria, se basa en el hecho de que “tanto el conocimiento como la imaginación sirven como caminos para acceder a una persona” (16) y que las biografías no dejan de ser mezclas de datos reales con datos ficticios: “Algo parece evidente: tanto él [Borges] como Schwob trabajaron a conciencia para alcanzar textos en los que fuera imposible discriminar la parte documental de la fantástica; textos en los que realidad y ficción aparecieron tan íntimamente ligadas que resultan difíciles de desenlazar”. (17) Y es que la biografía, como género literario que es, tiene un orden, una coherencia, una estructura y un sentido –características que podríamos denominar novelescas– que generan unas peculiaridades de las que carece por completo la vida humana real.
13. Borges, Jorge Luis, Historia Universal de la infamia, Madrid: Alianza, 2002.
14. Schwob, Marcel, Vidas imaginarias, trad. Antonio Álvarez De la Rosa, Madrid: Alianza, 2017.
15. En una entrevista, Roberto Bolaño reconoce y multiplica las influencias: “El libro La sinagoga de los iconoclastas le debe muchísimo a Historia universal de la infamia, de Borges, cosa nada rara porque Wilcock fue amigo de Borges y admirador. A su vez el libro de Borges le debe mucho a uno de sus maestros, Alfonso Reyes, el escritor mexicano que tiene un libro que se llama, ahora tengo la memoria muy torpe, Retratos reales e imaginarios, que es una joya. A su vez, el libro de Alfonso Reyes le debe mucho a Vidas imaginarias, de Marcel Schwob, que es de donde parte esto. Pero a su vez, Vidas imaginarias le debe mucho a toda la metodología y la forma de servir en bandeja ciertas biografías que usaban los enciclopedistas. Creo que esos son los tíos, padres y padrinos de mi libro, que sin duda es el peor de todos, pero que ahí está”. Braithwaite, Andrés (ed.), Bolaño por sí mismo, Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego Portales, 2006, p.42.
16. Vila-Matas, Enrique, “Marcel Schwob hacia Samoa”, El País, 7 de mayo de 2011. En este artículo el autor cita a Jorge Luis Borges, quien también reconoce sus deudas y define su libro como una “copia rebajada” del de Marcel Schwob.
17. Ibid.
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