2.
El mito: El drama fílmico
Fotograma del filme de Edwin S. Porter El gran robo del tren (1903)
Fotograma del filme de los hermanos Lumière La llegada de un tren a la estación (1896)
Pintura de Claude Monet Tren en la nieve o La locomotora (1875)
Nunca se pareció del todo a su leyenda,
pero se fue acercando. (26)
Jorge Luis Borges
Jesse Woodson James es con toda probabilidad el personaje histórico cuya vida se ha llevado más veces a la pantalla. Desde 1908 hasta 2007 (prácticamente toda la historia del cine) pueden contabilizarse, al menos, treinta y siete versiones cinematográficas que recrean las correrías de Jesse y su hermano Frank, a las que habría que añadir algunas series realizadas para televisión. Con estas cifras, resulta evidente que ha sido el cine, con su potencial para la creación de iconos, el responsable de la popularidad del personaje y de su mitificación. Este enjambre de referencias ha creado una tupida red donde resulta prácticamente imposible distinguir los hechos históricos de sus recreaciones fílmicas.
26. Borges, J. L., op. cit., p.66.
Mircea Eliade señalaba que “el mito cuenta una serie de acontecimientos que han tenido lugar en un tiempo primordial, en el tiempo fabuloso de los comienzos”. (27) El cine norteamericano situó ese tiempo fundacional en el oeste durante el oscuro periodo de la conquista, un tiempo en el que se desarrollan las películas que nos ocupan. La célebre máxima de André Bazin resume perfectamente lo dicho: “El western es el encuentro de una mitología con un medio de expresión”. (28) Aunque John Ford, que desarrolló el género con exhaustividad, quitaba hierro al asunto con su habitual modestia: “Todo forma parte de un modelo”. (29)
27. Eliade, Mircea, Mito y realidad, trad. Luis Gil, Barcelona: Labor, 1991, p.11.
28. Bazin, André, prólogo a Rieupeyrout, Jean-Louis: El western o el cine americano por excelencia, trad. E. Eichelbaum, Buenos Aires: Ediciones Losange, 1957.
29. Bogdanovich, Peter, John Ford, trad. Fernando Santos Fontela, Madrid: Fundamentos, 1983, p.89.
En este punto, habría que recordar que el western nació como documento antes que como ficción. No es casual que la primera película del oeste que puede considerarse de ficción la grabara un periodista gráfico. Edwin S. Porter quiso reconstruir un suceso acontecido tan solo unas semanas antes en su filme Asalto y robo de un tren (The Great Train Robbery, 1903). Nueve años antes, la compañía de filmación Edison ya documentaba, mediante el registro in situ con un vitascopio, la vida de vaqueros y colonos. Entre 1894 y 1903, esta compañía y su homóloga, la Biograph, realizaron algo más de sesenta películas documentales ambientadas en el lejano oeste, fijando desde el momento histórico, en el mismísimo instante en el que este se producía, la iconografía que más tarde definiría al género. Todo ello sin la necesidad de actores, decorados artificiales, atrezo o montaje de posproducción.
Como decíamos, Asalto y robo de un tren pasa por ser la primera película americana importante con argumento de ficción y obtuvo tal éxito de público que desencadenó secuelas inmediatas. (30) No obstante, para la invención del cine y su perfeccionamiento fue necesario, como ocurrió con la fotografía, un esfuerzo colectivo desarrollado de manera sincrónica a ambos lados del océano, lo que suscitó no pocos conflictos comerciales y puso de relieve los resbaladizos y sutiles límites que separan la autoría de la piratería. (31)
30. Dos películas del mismo director, Edwin S. Porter: Great Bank Robbery (1904) y The Little Train Robbery (1905), y una tercera, The Bold Bank Robbery (1904), de Sigmund Lubin.
31. El norteamericano Thomas A. Edison, inventor prolífico y empresario de cine pionero, quien registró a su nombre 1093 patentes, no tuvo reparos en copiar y distribuir como propias cintas producidas por los franceses Pathé, Méliès y Ferdinand Zecca. Para más información, véase Gubern, Román, Historia del cine, Barcelona: Ediciones Danae, 1969.
De este modo, nace el western como género, vagón insignia del todopoderoso tren de sombras americano, como reverso oscuro y delictivo de aquel otro tren de los hermanos Lumière que llegaba entre vapores, tranquila y luminosamente, a una estación de la Costa Azul francesa.
“El modelo del que habla Ford es siempre idéntico a sí mismo en lo esencial, repeticiones con aroma litúrgico de los innumerables pasos que configuran, como un intrincado tejido, el itinerario de esta misa pagana que llamamos western”. (32) Ángel Fernández-Santos sostiene que fue precisamente la industria, “al homogeneizar mediante la producción en serie los relatos del Oeste, quien abrió, sin pretenderlo –o pretendiendo lo contrario– los caminos de originalidad del western […] Bajo una aparente sencillez, [el western] encubre enrevesados diseños de precisión algebraica, elaborados a lo largo de infinidad de aportaciones moleculares que, filme a filme, gesto a gesto, signo a signo, han ido, lenta y laboriosamente, construyendo sus ecuaciones y sus leyes”. (33) Como podemos ver, aquí tenemos otro claro ejemplo de germen colectivo para la creación, donde la ansiada originalidad surge de la repetición evolutiva de un sencillo esquema inicial.
32. Fernández-Santos, Ángel, Más allá del Oeste, Barcelona: Debate, 2007, p.20.
33. Fernández-Santos, Ángel, op. cit., p.18.
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