VOLAR Y CANTAR
Asociaciones a partir de dos tópicos
(Fragmento inicial)
Ricardo Baduell
Volar y cantar: atributos de los pájaros, deseos de la humanidad. Ambos verbos son también metáforas consagradas: el primero de la libertad, el segundo de la felicidad. Asociados uno al otro como las dos abstracciones que ilustran, a veces es difícil distinguirlos si sólo se tiene presente el sentido figurado. “Me pregunté si era feliz por sentirme libre o si era libre por sentirme feliz”, nos cuenta El soldadito de Godard. Pero no responde su pregunta, ni es seguro que lo haga la película; en todo caso, nos sugiere que en su consideración el ser es incluso más ilusorio y sujeto a engaño o error que el sentir. “La una era la otra y las dos eran ninguna”, según la Casida de las palomas oscuras de García Lorca. Libertad y felicidad, confundidas más allá de las acciones concretas y distintas que sus representaciones denotan, se desvanecen en el aire y nada dejan, ya que sólo en el presente existen y su evocación no las recrea, aunque recuerda que el deseo es posible. ¿Volar y cantar como los pájaros? ¿Conquistar la libertad y la felicidad que ellos, bien mirado, sólo pueden ilustrar? La imaginación se desata y coloca otras criaturas en el cielo, ya más allá de la mirada: ángeles, que libres del testimonio de nuestros sentidos pueden sostener eternamente canto y vuelo, confundidos por fin en la plenitud de esa luz tan radiante que nos cegaría si no se tratara de una iluminación espiritual.
Tras las rejas de nuestra carne, prisioneros de la intermitencia de nuestra perspicacia, sumergidos en esta luz natural y discontinua, no podemos mientras tanto avanzar más que a saltos, obligados a movernos de casillero en casillero de la rayuela. Si la infelicidad del hombre, como repetimos desde Pascal, se basa en su ineptitud para quedarse quieto en una habitación, tal vez su sentido de la aventura pueda saciarse dominando el arte al que aspiraba, sin fe en su talento y por eso deseándolo como instinto infuso en el bípedo implume, un personaje de Arrabal. Decía Climando en El triciclo: “Mejor aún es saber volar de rama en rama sin caerse nunca”, poniéndolo por encima de “tener muchos billetes”, aunque quedando por debajo de “tener mil aviones”, lo que intentaba superar con “estar cantando todo el día subido en la copa de un árbol”, en discusión con su amiga Mita. Volar de rama en rama o cantar subido a un árbol: dos versiones de la feliz libertad o de la libre felicidad del pájaro más al alcance de la mano del hombre que el desplegar de las alas del águila sobre los picos nevados o el gozo expresado por los de las aves en la primera navidad. Bird in the horizon (Un pájaro en el horizonte) sittin’ on a fence (sentado sobre una cerca), he’s singin’ his song for me (está cantando su canción para mí) at his own expense (a sus propas expensas) and I’m just like that bird (y yo soy tal como ese pájaro) singin’ just for you (cantando sólo para ti), canta Dylan (en cursiva) imitando al volador cercano, identificándose con él e imaginándose a la distancia de aquella para quien canta que le permitiría oírlo. Cualquiera de nosotros puede hacerlo también, transportándose con la imaginación allí donde un ave lo haría con sus alas y se haría oír sin necesidad de palabras. La libertad y la felicidad no nos son dadas, pero el poder de imitar sí. Todo es cuestión de técnica. El desarrollo de la aeronáutica, de la mítica invención de Dédalo al traslado cotidiano de millones de turistas en la actualidad, tomó siglos pero elevó a los interesados a alturas inalcanzables para su modelo. El arte del canto, que dio frutos deliciosos mucho antes, fue aumentando inexorablemente el volumen de su caudal hasta cubrir, hoy en día, la práctica totalidad del tiempo y del espacio con la omnipresente producción de la contemporánea industria del entretenimiento. Reventada la bolsa de la naturaleza, las dos palomas oscuras perseguidas al comienzo parecen poder perderse en la confusión general sin mayor riesgo para la continuidad de sus enseñanzas. Desde que el Emperador de la China perdió el oído, también son vanas las aspiraciones de Juan Salvador Gaviota. Si el teatro de los pájaros ya dio todas sus lecciones, si ya han sido asimiladas hasta el punto de devenir unos hábitos adquiridos, si libertad y felicidad no requieren ya metáforas, tanto el vuelo como el canto animal pueden desprenderse de signos y letras adheridos para desplegar alas y voces regresadas a un cielo sin fondo ni marco, ajenos uno y otro a interpretaciones y lecturas que nada tienen que ver con su destino [...]