Botonera

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21.11.22

XV. "PÁJAROS", Revista Shangrila nº 41, Pasión Rivière (coord.), Valencia: Shangrila, 2022




ALGO EN QUE CREER
(Fragmento inicial)

Mariel Manrique



William James Webb, El búho blanco, 1856



La razón por la que las aves pueden volar y nosotros no podemos 
es simplemente porque tienen una fe perfecta, porque tener fe es tener alas.

J. M. Barrie 




Fue el peor de los tiempos, el peor. 

I. Nuestra estampita

Apenas salíamos de casa. Estábamos muertos de miedo. Necesitábamos un punto fijo donde colgar los ojos. Nos sentamos los dos en la cama y sostuvimos entre nuestras manos la imagen del búho blanco pintada por William James Webb. La miramos en silencio durante un tiempo que no sabría decir cuánto duró. Supimos que nos rendiríamos a ella. Él sacó de la mesa de luz el cuaderno y el lápiz. Dejamos la imagen sobre la sábana, junto al cuaderno abierto. Cada uno dijo, en voz alta, las razones por las que la elegíamos. Después las escribimos en el cuaderno y las mezclamos como si fueran naipes, porque ya no eran ni de uno ni de otro, sino de un sentimiento que vivía, como un aire raro, en el espacio que había entre los dos. En ese espacio colocamos la imagen y cerramos los ojos. Los ojos, lentamente, se acurrucaron exhaustos y se durmieron a los pies del búho. 
La listad de razones decía esto: 

“Elegimos este búho pintado por Webb porque es raro como el aire que habita entre nosotros. Ha renunciado a todos los dones que hicieron de su especie un símbolo contradictorio de infortunio y de sabiduría, a saber: 

1. Tiene los ojos, esos magníficos discos tubulares, frontales y distantes entre sí, incrustados en el cráneo y fijados a la órbita ocular, cerrados. Se ha guardado sus dispositivos de visión estereoscópica impiadosa, sus prodigios estrictamente circulares de altísima agudeza y sensibilidad. No ejercita su don de descifrar la noche y detectar el más mínimo movimiento, su maestría en la rotación de la cabeza en ángulos inverosímiles, para mirar de costado en un instante y sin riesgo alguno de estrangulamiento. Envuelto en la luz diurna, no ve nada. O quién sabe qué ve, o quién sabe si sueña. Suponemos que se ha dormido, o que está a punto de llorar.

2. Está quieto. No vuela en el palo de escoba de una bruja, no transporta hacia el más allá el alma de los muertos, no merodea sus tumbas ni atraviesa la noche como un criminal, o un vampiro. No bebe la sangre de los niños, el general griego no lo libera de su jaula para que desde el cielo anime a los soldados. ‘¡Ahí va el búho!’, gritaba el general, y el búho volaba sobre un mar de sangre. Este búho no despliega sus aterciopeladas alas primarias, no se ven los flecos que bordean las alas y silencian su batido, como una cortina que apagara el viento. Un búho desciende rápidamente sobre su presa, ajusta su vuelo en movimiento con las garras de uñas filosas bien abiertas, cae y muerde sin ser advertido, tras un silencio sobrenatural. Imaginen el ala escondida de este búho y miren su otra ala, la misma admirada por John Ruskin, tiesa como un palito o una regla. Un ala que de tan rígida parece una prótesis. Un búho así no podría amenazar a nadie. Por eso un ratón, la presa perfecta, se ha dormido junto a él, sobre el mismo muro.

3. Está a la intemperie. Un búho no hace nidos pero sabe muy bien cómo encontrarlos. Se oculta en cavidades y grietas, habita el abandono y la ruina, se metamorfosea con los troncos en las ramas más altas, selecciona un lugar y lo defiende. Un búho no sabe tejer pero sí elegir. Este búho sordo y ciego se alza en vertical junto a dos ramas tísicas y caídas como cables, con un puñado de hojas solitarias que también parecen caer. Como el ratón. Sobre el mismo muro, sí, carcomido y agujereado. Búho, búho, buhíto, no te expongas así. Vendrán los pájaros de siempre con su danza insufrible de acoso, los mirlos y los jilgueros insoportables, a picotearte y golpearte excitados desde atrás, listos para poner en escena el drama aviar de tu arrinconamiento, para que te vayas y no vuelvas, porque sencillamente no estabas preparado. Porque es como si estuvieras herido, o enfermo. 

4. Está mudo. Un búho no canta pero grazna y grita, zumba y tose, repica. Recuerden al ‘campanero fatal’ del que habló Lady Macbeth, al búho que atormentaba a los enfermos según Sir Walter Scott. A los búhos de las fábulas de La Fontaine, o Esopo. El ulular de un búho macho atrae a la hembra, defiende el territorio de caza, presagia desastres, anuncia la muerte. Este búho no habla y ni siquiera lo ha resuelto. Está ahí, ahí, sin decir nada.

5. Está solo, o sola. Es difícil saber si es macho o hembra. Como sea, no tiene compañero ni novia. Un búho suele ser monógamo. Vuelve a familiarizarse con quien ha elegido, en cada temporada de apareamiento. No arranca desde cero una y otra vez, persiste en una historia. Pero este búho está solo en su puro presente, tan solo como el búho pintado en la caverna de Chauvet, única ave entre mamuts, rinocerontes, bisontes y venados, solo de toda soledad.  

6. Sus ancestros han sido escarnecidos. En los sacrificios de la magia negra; en los rituales de crucifixión en las puertas de las casas medievales, en los que se clavaban sus pequeños cuerpos para alejar hambrunas o epidemias; en la extracción de su corazón para posarlo sobre el pecho de una mujer dormida y conocer, así, sus secretos; en el esparcimiento de sus cenizas sobre los ojos del lunático y el acto de untar con su sangre el cuerpo de quien va a la guerra. Los curanderos utilizaban, en sus pócimas, sus picos y sus garras. Comer ojos de búho mejoraba la visión nocturna de los cazadores. Sus plumas adornaban las coronas de los jefes tribales. Pájaro fantasma, pájaro brujo. Pájaro milagroso. El búho, martirizado por nuestra superstición, para nuestra salvación o nuestra cura. Por heraldo funesto o auxiliar del hechicero. Criatura lunar, oracular, medicinal. Despedazada. 

7. No es dramático. El búho se grabó en las monedas atenienses, porque la diosa Atenea tenía su rostro; se modeló en figuras chinas de bronce, destinadas a la adoración de los difuntos; se colocó junto a las cunas de los niños enfermos, entre los turcos y mongoles. Para los indios cherokee, el alma asume la forma de un búho al morir; los mojaves creen reencarnar en búhos. No le nombres un búho a un hopi, o a un cajun: será un mal presagio. El búho es el ojo sabio que todo lo ve, desde el vientre horadado de un huevo gigante, o el desenfreno y la herejía en los jardines agitados de El Bosco. El sueño de la razón engendra monstruos, que son búhos, en un grabado de Goya; hay búhos surrealistas y siniestros en las pinturas de Magritte. El búho ha sido emblema en insignias, escudos y banderas. Pero este búho es un búho es un búho es un búho. Terrenal y profano, no hay para él tatuaje ni estampilla. Ni tótem ni talismán, ni amuleto de bazar ni máscara. Sería invisible sin el pincel de Webb. Si no fuera por Webb, nadie se hubiera enterado de que había un búho así, tan a contracorriente de todos los búhos. 

8. No es un ángel, aunque viva entre el cielo y la tierra. No toca la trompeta, va desnudo, no monta guardia, no integra un ejército celeste. Un ángel sería más lógico en una estampita, que es al cabo lo que hicimos de la imagen de Webb. La Biblia odia los búhos. Los desprecia. Son penosos en la execrable Babilonia y abominables en el Deuteronomio. A nuestro búho le besaríamos la frente. Y él nunca lo sabría. 
9. No es contradictorio, como le cuadra a un búho según la historia. No está en estado de tensión, no porta ninguna ambigüedad. Es un bollito tibio de misterio. Su reino no nos pertenece y no podría estar más lejos de nosotros. Que no lo merecemos. Que a duras penas asimos su imagen, que carecemos de toda semejanza y escribimos para no enloquecer. 

10. No nos esclarece ni nos guía. No emprende el vuelo cuando cae el crepúsculo, como el búho de Minerva. No llega tarde a filosofar, porque ignora la filosofía y además nunca llega. ¿Adónde tendría que llegar este búho dormido, a punto de llorar o decidido a no ver? La inocencia no tiene grandes destinos”. 

Hace frío y ya tuvimos un mundo. Con su caja de monedas, su madre y su líder, sus altares. William James Webb ilustraba libros infantiles, un poco a la manera de los nazarenos, un poco a la manera de los prerrafaelistas. Nuestras ambiciones son modestas. Que nuestra perra vuelva a caminar, que la vida estelar de nuestros gatos quepa, toda entera, en la irrelevante extensión de nuestras vidas. Si oímos graznar un búho sabremos que la muerte no viene detrás, porque está adelante. Mordimos monedas y, después, pastillas. Nuestro búho ha renunciado a sus poderes, incluido el que le concedimos al amarlo: el poder de hacernos daño, el poder de hacernos sufrir. La caja está vacía y ya no pesa. En términos físicos, pesa menos que un pájaro. Ya no se trata de poner sino de recordar. De quemar esta lista y poder dormir. Nuestro búho blanco es el punto fijo. El punto fijo del funámbulo, del que lucha por salir de un ataque de pánico, del que intenta un minúsculo equilibrio [...]





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