Botonera

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22.11.22

XVI. "PÁJAROS", Revista Shangrila nº 41, Pasión Rivière (coord.), Valencia: Shangrila, 2022




MURMURACIONES
(Fragmento inicial)

Manuel Merino



Søren Solkær, Black sun (2021)



O when will I sleep out the storm, dear love. [1]

Guardo un recuerdo muy nítido de algo que no ocurrió, pero es tan cierto, que no me asombra vernos allí parados en el antepecho de un balcón que seguirá volcado sobre el patio de manzana y el tejado del cine ahora cerrado, si es que la casa aún se mantiene y no dinamitaron sus cimientos, y aquel barrio periférico no se ha demolido o transformado en otro menos provinciano, ya sin cinematógrafo porque también eso pasó de moda, con casas más altas y valladas, iguales, con piscina y garajes y familias tan parecidas que todos sus miembros podrían intercambiarse con otros sin extrañeza o alteración alguna. Y sí, allí estábamos, y era abril y había pasado un mes exacto de la muerte cuando pudimos escuchar su voz que nos llamaba por nuestros nombres desde dentro de la casa ya oscura, mientras sobre nosotros giraban los vencejos, con aquel tono suyo tan de daño. Pronunció nuestros nombres seguidos con apenas unos segundos entre ambos y fue otra vez el miedo, aunque tintado por la pena porque esta vez en su tono había también una contagiosa interrogación. Era su voz, pero al tiempo la de alguien perdido, perdido y solo, irremediablemente solo y a oscuras. Apesadumbrado, como culpándose de una vida que escapó muy rápido y pudo ser otra. Lo oímos claramente y fue aún más extraño que ninguno respondiese ni girase sorprendida la cabeza, tampoco nos atrevimos jamás a compartir algún comentario sobre aquello como ahora hago, tanto tiempo después. Ella tampoco está aquí para confirmar estas palabras. En la imagen que conservo está quieta, de perfil, bonita todavía, el pelo suelto aquella tarde sobre la blusa oscura y la carne muy blanca, entonces pude oírla decir con voz ausente, sin tan siquiera escucharse ella misma, ya están aquí los vencejos…

1. LOWELL, Robert, “Dear Sorrow 4”, For Lizzie and Harriet, Nueva York: Farrar, Straus and Giroux, 1973.

Sí. Había pájaros. Tengo que apuntar esto. Me obligo a hacerlo ya, lo clavo en la memoria con palabras escritas para saberlo y no olvidarlo, porque la cabeza de a poco se va volviendo vaga, despreciativa de detalles, aceptadora de la inmutabilidad final de ese relato que nos repite que el cuerpo va completando sus traiciones con frío hasta desplomarse, alguno todavía con proyectos, la inmensa mayoría sin respuestas, y también que después lloverán lágrimas que acabarán borrándolo.

Y así pasó. El cuerpo tendido sin orden en un espacio de tránsito que de improviso se ha convertido en el último escenario. Daba igual que unos segundos antes sonriera recordando algo impreciso, un verso de otro poema que ya no escribirá, mientras afuera una Nueva York que ya no existe comenzaba su otoño. He visto fotos con luces aumentadas por las gotas de lluvia, he imaginado los ruidos de la calle enhebrados con los comentarios y bromas del taxista que se vuelve al no obtener respuesta porque algo los ha callado para siempre. En la radio suena la voz de una mujer morena que canta, en la acera otra levanta y baja su brazo al instante porque el taxi va sombríamente ocupado, atrás quedan sus labios entreabiertos como una insinuante promesa de comienzo, pero el cuerpo desplomado es ya un bulto con los ojos muy abiertos que se olvidó de todo. Parece adormecido, mientras el aire que entra por la ventanilla abierta despeina su figura en calma, recostada en desorden sobre el rojo brillante del asiento o junto a la esquina de la nevera, sobre los azulejos verdosos y blancos del suelo ahora más sucios por el charco creciente de orín, por las bolitas chicas como caca de conejo que han aparecido entre sus piernas que el pijama corto deja ver abandonadas y ya frías.
No sé bien por qué me fuerzo a escribir esto, algo tan viejo, casi olvidado, que con seguridad confundo, como si fuera posible detenerlo. Quizá lo haga solo por tratar de ver de otro modo las cosas sucedidas, para olvidarlo definitivamente o por seguir mintiéndome, quién sabe.

Decía Lowell que todo era real hasta que se publicaba [2], pero en su verso no aclara en qué se convierte un recuerdo imaginado al transcribirlo en un papel. ¿Reproche, victoria, ficción? También dejó escrito que solo el futuro responde a todas nuestras mentiras. [3] Por eso trato de recordar, no busco mentirme.

2. LOWELL, R., “Before hospital - Marriage”, The Dolphin, Nueva York: Farrar, Straus and Giroux, 1973.

3. LOWELL, R., “Sick - Leaving America for England”, The Dolphin, op. cit.

El portero que ha salido a recibir el coche reconoce al pasajero y con un sobresalto de respeto le endereza las gafas caídas. A esta hora muy poco tráfico hasta la 15 con la 67, había pensado al recogerlo en Grand Central, viviendas caras, gente elegante, buena propina, pero ahora maldice golpeando el volante, deja la puerta abierta y se quita la gorra con violencia. Desde el río llega una brisa fresca, se presiente el otoño. Imagino la voz de desánimo que la distancia del teléfono aumenta, su queja por la mala suerte tan continua, la jornada perdida, la sorpresa al ver a esa ex-mujer abatida que acaba de bajar y entrecruza sus dedos sobre el pecho antes de acariciarle la cara mientras llora en silencio. Los de la ambulancia retirando con eficacia el cuerpo envuelto en una sábana sobre la que alguien deposita con respeto el sombrero que ha rodado al suelo. El tipo había ganado el Pulitzer, le dice a la mujer que repasa el asiento con una bayeta, el spray a limón silencia todo mientras la mano de uñas pintadas abanica el aire ante la boca cerrada, el tintineo de la pulserita dorada tan fina con algún colgante donde brilla una piedra morada, mientras en otra parte desabrochan de la muñeca un reloj convertido en recuerdo, quedan las cuatro puertas del taxi abiertas mientras vuelven en silencio a la casa muy callados. Ella, desatándose un delantal blanco y la cinta que arrastra por los tres escalones de la entrada y el ruido de metal y cristales de la puerta al cerrarse que ahora es el del linóleo del pasillo mientras se ahueca el pelo camino del baño. Es fin de semana y en sus planes tampoco entraba arruinarse la manicura con alcohol barato, pero así fue y no de otra manera [...]





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