Botonera

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8.3.23

VIII. "AL HILO DEL ORIGEN. CRÍTICAS, RESEÑAS, PRÓLOGOS... Y OTROS TEXTOS", Manuel Vidal Estévez, Valencia: Shangrila, 2023




POR SUPUESTO QUE EL PASADO NO NOS ABANDONA;
CLARO QUE NO. UNA PRUEBA
[Fragmento inicial]




 
Por aquél entonces, año 1985 y siguientes, del pasado siglo, llevaba un diario. Sin ningún afán particular. De ningún tipo. Menos aún literario. Si acaso quería solo dejar constancia del hacer cotidiano: dejar constancia de las películas que veía; los libros que leía; del ganapán en Fila 7, el programa de la segunda cadena de televisión en el que trabajaba; las proyectos de películas que se me ocurrían; alguna que otra vivencia curiosa, y pocas cosas más. Lo hacía, ya digo, sin pretensión alguna; solo para poder recordarlo todo mejor. No imaginaba, por supuesto, que un día, pasado el tiempo, me serviría para algo más que recordarlo, o para recordarlo y algo más, como se quiera, que tanto monta. Este hacer de ayer me facilita la tarea de hoy. Dicho de otro modo, el hacer de ayer se convierte en el quehacer de hoy. Confío en que unas quisicosas y otras ofrezcan el perfil de aquella mi circunstancia entonces, o por lo menos su esbozo; al menos algo, si no todo. Ya lo decía Ortega: “Nuestra vocación oprime la circunstancia, como ensayando realizarse en esta. Pero esta responde poniendo condiciones a la vocación”. ¡Cuánta razón tenía Don José! Mi vocación era el cine. Al menos, eso creía. Y lo sigo creyendo. Por esta razón escribía guiones. Los escribía para intentar, claro, realizarlos. Pero acaso este fervor temprano me ayudó a comprender que aquello que sentía como íntima necesidad tropezaría una vez y otra con el contexto, eso que así suele llamarse y que colabora sin cesar en fundir los anhelos personales. ¡El contexto!, ¡El puto contexto! Cuando no era Franco fue el Partido Socialista, llamado Obrero Español, no sabemos si como una broma de mal gusto o por pura ironía; quizá por pura ironía; es más cruel. De ahí que acabé optando por otra cosa, aunque en las fechas que transcribo del diario todavía no lo parezca. Otra cosa que incluyese el cine, claro, pero que no requiriese contar con la gente, con tanta gente, por lo menos; ni siquiera para hablar; que no obligase a frecuentar bares, como decía entonces; los detesto; los bares, digo. Personas, me bastan con unas pocas. Bares, solo cuando no hay más remedio. La gente, congregada en bares, círculos, partidos o templos, huye de la soledad. Y yo siempre he sido más solitario que sociable. “El que nace solitario, jamás hallará compañía que no sea una ficción”, otra vez Ortega. Soy lo que se dice austero. Para bien y para mal. Siempre he sabido vivir con poco. En realidad, la vida siempre me ha parecido un sendero hacia el fracaso; un método para desembocar a su pesar en el fracaso. Sobreponerme a ello no era más que hacer de la necesidad virtud. La mujer ha sabido siempre otorgarme la energía necesaria para conseguirlo. Ellas, sí, merecen toda mi gratitud y respeto. Lo saben, las que deben saberlo. No necesito nombrarlas. Tampoco son muchas. Solo las justas. Así que no le daré más vueltas. Compartiré lo escrito antaño con los curiosos interesados de hogaño. Iré, pues, a ello, sin más. Reproduciré no solo las referencias al guion que en esta ocasión que nos ocupa se titula La suerte de cada uno. Fue el guion que estuvo más cerca de hacerse, le faltó el canto de un duro para convertirse en película. Pero no se hizo. Tampoco lo hice. Los que suponía que entendían, me confesaron su incomprensión; me lo dijeron abiertamente, no veían en el guion lo que les decía; Casi siempre me callé. Sin casi, siempre me callé. En lo que transcribo cuento más o menos, cómo pasó y qué pasó. Nada del otro mundo, por supuesto; nada especial; no os hagáis ilusiones; tendríais que destruirlas. Habrá miles de guiones en este país que también fueron víctimas de lo mismo. Sin embargo, ahora considero una gran suerte poder publicarlo en esta colección, la colección de Carlos Pérez Merinero, gracias a su hermano David, que se toma el trabajo de editarlos, como excelso animador de cadáveres que se empeña en ser, ya se lo he dicho alguna vez. Otros quisieran lo mismo, ya lo creo. No animar cadáveres, asunto que está solo al alcance de unos pocos, sino publicarlos. Digo. Vivirlo es un placer. Naturalmente. Pero, en fin, además de lo referido a él, al guion, claro, cuento algún que otro avatar, sin duda; pero serán pocos, de entre los muchos que podría contar de aquella cotidianeidad en ocasiones bastante movida. Seré fiel al máximo; totalmente; excepto alguna que otra corrección de estilo, que, seguro, será mínima, lo transcribiré tal cual. Aquí va, pues, un poco de mi día a día de antaño. Más de treinta años. Para que no se diga que no pasa el tiempo. ¡Joder!, ¡Joder!, ¡Joder!, ¡¡que no pasa el tiempo!!

Madrid, lunes, 11 de marzo de 1985
Desde hace algún tiempo, todos los lunes que estoy en Madrid trabajo con Carlos en un guion a partir de una idea que le he propuesto. A este respecto no recuerdo haber anotado nada en estas páginas. Estoy casi seguro de ello. Se trata de una adaptación muy libre de la novela corta de Stevenson El pabellón de los Links, sobre la que probablemente sí habré dejado constancia de mi deseo de adaptarla en algún rincón de este diario. La leí hace al menos dos años, y la comenté con Santiago Sylvester, cuando ambos trabajábamos en aquél “laburo” del Ministerio de Hacienda en el que nos conocimos. Lo recuerdo con claridad. 
Compré la novela en el VIPS de López de Hoyos, en uno de esos paseos por las librerías que acostumbraba hacer al salir del trabajo. La leí de un tirón y la aparté en un cajón ya con la idea de adaptarla. Desde entonces no he dejado de tenerla presente como posible fuente de una película, a pesar de que la adaptación a la actualidad no me parecía fácil.

Madrid, sábado, 13 de abril de 1985
Sábado. Trabajo todo el día en el guion (La suerte de cada uno, que así se titula).

Madrid, viernes, 3 de mayo de 1985
Un libro infinito: Centuria, cien breves novelas-rio, de Giorgio Manganelli. Una poderosísima imaginación literaria al servicio del nihilismo más radical y socarrón. Centuria es como un frasco de grageas contra la ceguera que producen todos los idealismos. Un libro inagotable, capaz de acabar con uno, si uno es capaz de prestarle la atención que requiere [...]


Fragmento inicial del prólogo al guion
La suerte de cada uno, número 28 de la colección Carlos Pérez Merinero.






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