INSOMNIO
TEXTOS Y DIBUJOS NOCTURNOS
[Fragmento inicial]
Manuel Arranz
Mi caso, en pocas palabras, es este: esta mañana, mientras desayunaba, he estado releyendo la Carta de Lord Chandos, porque “mi caso, en pocas palabras, es este: he perdido por completo la capacidad de pensar o hablar coherentemente sobre cualquier cosa”. La carta se lee en apenas una hora, el tiempo de dos cafés con leche y una tostada, que es lo que desayuno últimamente, sin prisas. Es agradable desayunar en el bar desde que han puesto la terraza. Un par de toldos y unas cuantas mesas y sillas en la acera. No hace falta más. A las diez ya está llena. Por eso yo bajo un poco antes. Y me estoy una hora. Más o menos. Dependiendo de la lectura, del trabajo que tenga ese día, o de la próstata. Luego les diré a lo que yo llamo trabajo. Pero volvamos a la Carta de esta mañana. Es uno de esos libros que uno relee en varias ocasiones a lo largo de su vida. Esos libros no son muchos. Yo diría incluso que cada vez son menos. ¿Qué significa pensar? es otro de esos libros que a cada nueva lectura uno aprecia más. Pero les estoy hablando de “mi caso”. El suyo puede ser otro. Y los libros también pueden ser otros. Los libros varían a lo largo de la vida. Digamos que van y vienen, aunque algunos permanecen. Unos suben y otros bajan, y llega un momento en la vida en que ya no los relees desde el principio al final. Los abres al azar y relees unas páginas. Mañana quizá continúes. O cojas otro libro. Es un librito inquietante esta Carta que tanto ha dado que hablar, cuando lo que pretendía era precisamente lo contrario. Pero supongo ya la conocen. Quignard escribió hace unos años una Respuesta a Lord Chandos. No la he leído. Aunque imagino que la escribió para refutarla. Cuando terminé el desayuno me acerqué al pakistaní a comprar algo de fruta. Un melón, unas cerezas, dos melocotones, dos limones. Sigue la ola de calor. 38º y solo son las 11 de la mañana. Hoy ya no saldré de casa.
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A ciegas. Me gustaría que este diario, si algún día llegara a publicarse, incluyera entre sus páginas, o al final de todo, algunos dibujos míos. A tientas y a ciegas, y siempre durante la noche, llevo tres años dibujando en las mismas hojitas de papel que utilizo para escribir. Todo empezó con el insomnio. En mi caso, clínicamente hablando, Trastorno de la conducta del sueño REM. Como ya comprenderán no se los voy a explicar. Cualquier buen diccionario médico les dará la definición mucho mejor de lo que podría hacer yo. Pero les contaré cómo surgieron los dibujos. Surgieron es la palabra apropiada, la palabra justa. Una noche, mientras débil y cansado meditaba en la lectura, mientras daba cabezadas y me caía de sueño, la mano, que a duras penas sostenía el lápiz con que anotaba alguna peregrina idea, idea que con luz propia brillaba, mientras la noche duraba, e idea que se apagaba al alborear el día, la mano empezó a moverse sola. Empezó a conjeturar, a trazar y trazar rayas, frenéticas y locas rayas que yo metódicamente al día siguiente rompía. Eso es todo y nada más. Pasó el tiempo. El tiempo pasó implacable sin que yo me apercibiera. Hasta que un día vi que había algo que surgía. Surgía es la palabra justa. Es la palabra apropiada. Algo indefinido y vago. Algo inquietante y nocturno. Algo que se parecía al rostro de una mujer surgía de aquellas rayas. Eso es todo y nada más. No he vuelto a hablar de ello con nadie, pues nadie me creería. Y sigo noche tras noche sin dibujar, dibujando, sigo sin leer leyendo y sin escribir escribiendo. Y eso es todo y nada más. Tampoco yo lo comprendo.
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Abro los ojos. Abrir los ojos precede muchas veces al despertar. Como el cerrarlos precede al dormir. Quizá cuando los cerramos ya estamos dormidos, y cuando los abrimos, despiertos. También podemos seguir con los ojos cerrados estando despiertos, pero instintivamente los abrimos. Esta tarde, a una hora intempestiva, me quedé dormido, y al despertar, durante unos segundos, confundí el mando del aire acondicionado con el móvil, y la temperatura con la hora. Fueron solo unos segundos, unos segundos en los que me ausenté del mundo.
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Me balanceo de un lado a otro. Primero despacio. Luego, cada vez más rápido, hasta que consigo quedarme sentado en la cama. Son apenas unos segundos. Afortunadamente conservo todavía fuerza suficiente en los brazos y, con su ayuda, logro ponerme en pie. Esta operación la llevo a cabo todas las noches, tres o cuatro veces como mínimo, desde hace tres años. Como mínimo también. Otras veces me dejo resbalar poco a poco por un lado de la cama y cuando mis pies tocan el suelo me pongo de pie. Siempre pensé que el cuerpo humano no sólo era una máquina perfecta, sino una obra de arte insuperable. El cuerpo del hombre, y no digamos ya el de la mujer. Pero hoy, por lo que respecta al cuerpo del hombre, tengo una objeción que hacer. Los testículos no están bien situados. Si te descuidas, te sientas encima.
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Me arrepiento de todo. “Todo lo que he escrito antes de los setenta años no vale la pena tenerlo en cuenta”, así titula Antoine Compagnon un capítulo de su libro Con la vida por detrás. Un libro sobre el estilo tardío, sobre la vejez y la decadencia de los artistas, pintores, músicos, escritores…, y sobre aquellos que, voluntariamente, destruyeron su obra, la obra de una vida, cuando vieron llegar a la muerte. Rotunda frase que no siempre es cierta. Me arrepiento de todo, contestó Drieu la Rochelle, cuando le preguntaron si había alguna cosa de la que tuviese que arrepentirse. De todo, me arrepiento de todo, contestó.
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Vidas ajenas. A Oscar Wilde no le interesaban las vidas ajenas, las vidas de los demás, solo las de algunos elegidos. No le intesaban las anodinas vidas de los anodinos pasajeros de un autobús urbano, y consideraba una pérdida de tiempo escribir sobre ellas, leer sobre ellas. A no ser que encerrasen algún secreto. Sin embargo todas las vidas encierran algún secreto inconfesable. Una vida sin secretos no es concebible.
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Razones para vivir. Leo a Amy Hempel. Los cuentos completos de Amy Hempel. Qué difícil es escribir un buen cuento. Ella no siempre lo consigue, aunque sí lo consigue muchas veces. También a mí me gustaría escribir un buen cuento. Pero no como los suyos. Por si acaso he ido coleccionando títulos. Sí, me gustaría escribir un buen cuento. Por si también es su caso, aquí tiene algunos consejos para escribir un buen cuento: Lo importante es no perder el ritmo. Lo importante es lo que no parece importante. Lo importante no es lo que parece importante. Conservar el equilibrio también es importante, pero no es lo más importante. Lo más importante suele ser lo que parece menos importante. Lo importante no se dice nunca. O se dice como si no fuera importante. “¿Cómo sabemos que lo que nos ocurre no es bueno?” ¿Cómo sabemos lo que es importante?
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Amar después de la muerte. Finkielkraut cita una vez más a Kundera, uno de sus novelistas preferidos, el otro es Roth, esta vez a propósito de la vida del ser amado después de su muerte, que es también el título del libro de Kundera del que está extraída la cita. “Sencillamente un muerto al que amo, jamás estará muerto para mí. Ni siquiera puedo decir: le amé; no, yo digo, le amo. Y si me niego a hablar de mi amor por él en pasado, eso quiere decir que el muerto es. Aquí es quizá donde se encuentra la dimensión religiosa del hombre”. Triste consuelo. No hay consuelo.
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Otro día más. Otro día menos. Y sin embargo es el mismo día.
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