JEAN EPSTEIN
UN ACUARIO INFINITO
(Fragmento)
El amor por la pantalla contiene lo que ningún amor ha contenido:
la dosis exacta de ultravioleta.
Jean Epstein
Tenía que filmarte antes, exactamente antes del después. Porque después ya no podría verte. Después sería la ceguera absoluta de tu rostro, la mano del desesperado que se extiende para palpar el aire. Hebras de tu pelo en un relicario, aroma en un pañuelo, dos zapatos vacíos de tus pies. El terror a que el aire se lleve las hebras, se lleve el aroma, borre con su pañuelo tu talón. Terror a comerme el aire para qué. Qué sentido tendría comerse todo el aire en un mundo donde no estuvieras. […]
[…] A Dios le robé todas tus dosis. Porque era lo único que yo quería, porque eras lo único que yo quería y mientras te quería, te pensaba, y no podía querer otra cosa ni pensarla. […]
[…] Hágase el fulgor, hágase la hipnosis, hágase lo que no sé pero nunca tuve vergüenza de llamar sentimiento. Lo que sabíamos que íbamos a perder, solo de una forma nos sería reintegrado. Hágase el cine que hace de tu rostro un talismán, para que yo me siente a mirar cuando ya no salga de casa, y cada cosa sea un eco de mi manía de adorarte.
Porque a tu rostro lo adoré aunque no fuera lo habitual. Me entrené en guardarlo. La gente se hacía la señal de la cruz, porque había un hombre para cada mujer pero cada uno es cada quién y quién sabe, a cada uno su necesidad, su hambre y su lava. Mi Bell-Howell te psicoanalizó y fuiste naipe, revólver y mineral, un tránsito perpetuo. La estética en la que sumergir el teorema, la radiación cubista y animal, la abolición de la historia y el estado. Dios me negó tu eternidad. El diablo me la presta de a ratos. […]
[…] Amor fue la palabra y yo la dije. Hice el amor y empuñé la manivela, mezclé el metal de mi psiquis con amor, por amor negué tres veces la abstracción, imprimí tus rasgos en el mar, volé los bordes del mar, hundí el retrato. Hundí la mansión. Me puse a ser cada cosa en la que pudieras haberte convertido. […]
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