MANUAL PARA VIAJAR ENTRE LOS MUNDOS
[Fragmento inicial]
Carmen Pinedo Herrero
Dr. Fritz Spanier y sus hijas, Ines y Renate Spanier, pasajeros del St. Louis, 1939. El matrimonio Spanier y sus hijas, internados en el campo de tránsito de Westerbork, sobrevivieron.
Gerry Cranham/Fox Photos/Getty Images
Entre lo cercano y lo lejano,
un espacio en blanco (1)
Michel Serres
El título de este texto es engañoso, aviso. No existe tal manual. Si existiese algo así, no podría atribuirme su autoría, porque no sé cómo se viaja entre los mundos. No sé si esos mundos existen, ni si podemos pasar de uno a otro. Juguemos, sin embargo. Aunque no sepamos o, precisamente, porque no sabemos, juguemos, con la seriedad que el juego requiere, a unos ensueños que no excluyen la certeza de la decepción.
1. SERRES, Michel, Atlas, Madrid: Cátedra, 1995.
Imaginad, por ejemplo, que, al cabo de unas cuantas páginas en las que la autora tantea diversas posibilidades de pasar a las orillas de los otros mundos, habla de fracasos y búsquedas, despliega mapas, lamenta naufragios, refuta hipótesis, diseña delirantes maquinarias, evoca a los predecesores, invoca a los sucesores, propone rutas, define movimientos, proyecta esperanzas, cede a desalientos y sugiere accesos, escribe simplemente:
Lo encontré
– así, sin punto final, sin firma, sin notas, concluye el texto. Nada más se sabe de quien lo escribió. La persona con quien la autora convivía halló el documento en la computadora y lo remitió al editor.
Después, silencio.
*
Retrocedamos. Estamos, de nuevo, en la primera página. De donde aún no nos habíamos movido, a decir verdad.
A lo mejor ese es el modo de acceder al pasaje: remontar el curso… ¿de un río? ¿Y si es el propio río, Alfeo enamorado, el que invierte la dirección de su camino? De la desembocadura a la fuente, sí, sobre sus propios pasos de agua, como quien camina hacia atrás para “escapar al tiempo y entrar en el Lapso Oculto” (2), un agujero en el tiempo que nos conduce a otro tiempo más allá de los tiempos.
¿Caminar hacia atrás? Así hizo Caco que caminasen los bueyes que había robado a Hércules; así caminan los muertos, decía la madre de Anne Carson: tal vez recordaba que los griegos “penetraban en la Muerte andando hacia atrás: tenían ante ellos el pasado”. (3) De todos modos, dice Carson, “los muertos no caminan hacia atrás, sino detrás de nosotros” (4); si giramos el rostro para mirarlos, ¿desaparecerán con una expresión de melancolía?
Pero dejemos a los muertos, que bastante trabajo tienen con su tarea aún pendiente de nacer; de lo que estamos hablando es de ríos o, más que de ríos –canales, fronteras–, de orillas. De la otra orilla. Siempre otra. Hablamos de la necesidad de atravesarla. Hablamos de la posibilidad de conseguirlo a través del retroceso. Y del origen.
“Los antiguos navegantes”, nos cuenta Cristina Campo, “tras haber extraviado la ruta de su travesía marina, en el momento de reencontrarla, a menudo en el lado contrario, llamaban a la maniobra ‘avanzar de regreso’”. (5)
Avancemos, pues, de regreso.
2. WEINBERGER, Eliot, Algo elemental, Vilaür, Girona: Atalanta, 2010.
3. BARTHES, Roland, La cámara lúcida, Barcelona: Paidós, 2009.
4. CLARIOND, Jeannette L., en CARSON, Anne, Economía de lo que no se pierde, Madrid: Vaso Roto, 2020.
5. CAMPO, Cristina, Los imperdonables, Madrid: Siruela, 2020.
*
Sah, conocido como “aquel que mira hacia atrás”, trasladaba a los muertos en Egipto; lo hacía en un bote, atravesando el río.
Siempre hay un río. O dos, o cuatro. Siempre se trata de alcanzar la otra orilla, en la vida o en la muerte. Sah era también el Señor de la vida. A menudo le rodeaban las estrellas.
Viajaba a Orión. Velozmente, con sus largas zancadas, la mirada hacia atrás, cruzaba el cielo. Él era Orión. El cazador celeste.
*
Alguien tiró una persiana al río. Alguien: una madre. Las madres hacen a veces cosas curiosas. Una persiana: ¿veneciana, alicantina, enrollable, plisada…? Da lo mismo. Lo que importa es lo que le sucede cuando es lanzada al río. ¿El río o un río? Imagino que nos sirve cualquier río, aunque aquel al que la madre arroja una persiana es un río determinado.
Perdí persiana y río. Pedí ayuda. Sabía que, si había alguien capaz de localizarlos, era Azulay. Ella, que también lo pierde todo, lo encuentra todo. Lo encontró, claro. El río era, en realidad, un riachuelo, y discurría junto a un molino, en Ucrania. En el patio del molino, una niña –mucho después será la que ya hemos conocido como la madre o una madre– vio una persiana rota de color azul pálido y la arrojó al río. Esperó a que este la trajese de regreso. Esperó durante horas. Volvió día tras día, pero la corriente no devolvía la persiana. Tal vez esta se había quedado atascada en una de las orillas, o había pasado junto al molino “durante la noche o cuando ella comía, o incluso mientras ella estaba esperando, pero en el preciso momento en que levantaba la vista para mirar una bandada de pájaros”. (6) A lo mejor aún proseguía su camino de ida y no emprendería el de regreso hasta que no hubiesen transcurrido muchos años: setenta, ciento siete... Ya serán otros los ojos que contemplarán el retorno de la persiana. Quien lo vea, ignorará que es una señal. Quizás esa persona piense también en la posibilidad de que el recorrido del río sea circular, pero cuando el círculo se cierre, ya será otro quien vea la persiana sin saber que es una señal, se lamenta la madre.
*
Un día, “un río salió del mar para convertirse de nuevo en río.
Incluso buscó volver a ser fuente”. (7)
Con ese río se identificó Roger Caillois cuando recordó. (8)
7. QUIGNARD, Pascal, El hombre de tres letras, Valencia: Shangrila, 2021.
8. CAILLOIS, Roger, Le fleuve Alphée, París: Gallimard, 1992.
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