Botonera

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7.11.23

VII. "DESERTAR. FORMAS DE SALIR DEL MUNDO. REVISTA SHANGRILA Nº 44, Mariel Manrique (coord.), Valencia: Shangrila, 2023



CAMINANDO EXAGERADAMENTE POR EL PERÍMETRO DE UN CUADRADO
[Fragmento inicial]
Pablo Perera Velamazán



Bruce Nauman, Caminando exageradamente por el perímetro de un cuadrado, 1966



Tras haberse licenciado en Artes en 1966, el joven Bruce Nauman decidió hacer todo lo posible para convertirse en un “artista profesional”, tal vez un escultor. Era aquel un momento en que el arte se declinaba en las diferentes formas de nombrarlo como tal, como en verdad siempre ha sido, solo que ya en la forma de un nominalismo irredento. No era fácil, y Bruce era plenamente consciente de ello, emplearse en una forma de un hacer arte de la cual emanara lógicamente su designación como artista. Otros, atrapados igualmente por el abismo de este nominalismo irredento que acaba afirmando que arte es lo que el artista dice que hace, decida finalmente hacerlo o no, se perdieron por las afueras de las ciudades y se pusieron a escarbar entre los restos que allí se abandonaron donde la naturaleza había ya hecho de las suyas. El problema común a todos ellos, y esto Bruce lo sabía bien, asiduo lector del Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein, esa obra portátil que muchos guardamos en nuestras mesillas de noche, es cómo negociarse en la relación entre el decir(se artista) y el hacer (arte). Bruce, desde luego, no lo tenía nada claro, y, como les ocurría a tantos otros, vivía esta dehiscencia entre el decir y el hacer como la imposibilidad misma de emplearse en cualquier práctica de las comúnmente denominadas artísticas. Por ello, atrapado en la imposibilidad de dar lugar a una obra de arte, decidió hacer lo que todo artista que se quiere profesional acaba haciendo: alquilar un local donde, de una vez por todas, ponerse a trabajar.

Este gesto no crea en torno a sí sino desconfianza. En primer lugar, por parte de los caseros, porque ni Bruce, ni nadie en su lugar, acierta a explicar con qué fin se empleará ese local. “Para convertirme en artista”... nadie se atreve a decir eso. Y también porque el propio Bruce no tenía ni idea por dónde comenzar. Cierto es que muchos antes que él habían pintado ya sin tener ni idea. Ojalá se tratara de eso, pero no. El nerviosismo del casero aumentó cuando Bruce decidió desalojar el local de todo lo que los inquilinos anteriores habían dejado abandonado en él. Restos o huellas de sus vidas, hábitos o ideas todavía flotando en el ambiente. Allí, Bruce lo sabía bien, no debía quedar nada, nada de lo anterior, nada que pudiera condicionar el trabajo que trataba de llevar a cabo. Al modo de un Robinson dejado caer en una isla desierta, en aquel local que acababa de alquilar solo podía darse un comienzo en blanco. Bruce, lo sabía bien, debía emplearse en una práctica de la deserción donde todo lo comúnmente identificado con lo artístico fuera desalojado sin ningún miramiento. La calle quedó llena de la basura que Bruce desalojó. Los vecinos protestaron. Y ahí estaba Bruce en una espacio vacío dónde nada quedaba pero dónde todo también era posible. Mientras otros escarbaban entre los detritus de un paisaje imposible, Bruce se dedicaba a barrer obsesivamente su estudio. A veces se levantaba demasiado polvo mientras barría este espacio desalojado, y al través de la luz dorada que entraba por las ventanas, trémula y caliente, todo parecía flotar en una nube irisada de indeterminación.

Bruce no quiso ser menos que aquellos que deshacían el arte con el poco de tierra que nuestros mundos segregan para luego documentar explícitamente su impotencia. Se dedicó a hacer Arreglos de harina. Y los hizo, según cuenta, para ver lo que sucedía en una situación no familiar después de haber dejado vacío aquel local. Esos arreglos sobre la harina que dejaba caer en el suelo de baldosas fue exactamente lo único que se permitió hacer durante un mes. Como un Robinson que observa cómo el vaivén de las olas borra las huellas que deja en la arena de la playa. Y por no ser menos tomó fotografías de cada uno de esos arreglos como si se pudiera a través de ellas documentar su incapacidad de hacer algo así como arte. 


Bruce Nauman, Arreglos de harina, 1966


Cierto es que fue llevando al local herramientas y materiales, como si la única oportunidad fuera convertirlo en un taller y ponerse a trabajar, hacer una obra sin más. Manchémonos las manos de nuevo, se decía. Pero nunca llegó a utilizar esos materiales y herramienta, se quedaron apartados en un rincón. Y mientras, Bruce, atrapado por una muy ligera desesperación, bebía un montón de café. Eso es lo que hacía. Y aunque Bruce había desalojado de aquel local que no se podía convertir en taller restos y huellas de otros inquilinos, pero también ideas, creencias que sin quererlo colonizan nuestro pensamiento, estas no dejaban de asaltarle mientras el café parecía desbordarse de su cuerpo. “El verdadero artista es una fuente luminosa”, era una de esas ideas, muy insistente. Y Bruce, intentando deshacerse de ella, la escribió con los materiales que allí tenía alrededor de una ventana. Pero ¿cómo reconocer esa luz en él que le permitiera ser un artista? Bruce se sentaba en la pared contraria y miraba esa inscripción como si fuera el testimonio abandonado, ajeno, de alguien que había compartido el mismo confinamiento que él. Cierto es que a Bruce, como más tarde pondría en evidencia, le obsesionaba en el mismo sentido esa idea wittgensteniana interpretada a su modo, la gente de arte siempre hacen lo mismo con las ideas, según la cual el verdadero artista ayuda al mundo revelándole verdades místicas. ¿Sólo, entonces, tratándose a sí mismo como una fuente de misterios podría regresar al mundo, salir de su local, como si ya fuera verdaderamente un artista?  Pero Bruce no acertó a encontrar esa fuente de luz mística en lo más recóndito del genio que debía ser. No en vano había estudiado durante varios años artes en California. Solo tuvo una salida, que también documentó fotográficamente, retratarse a sí mismo como una fuente luminosa, pero de su boca no manaba agua pura y clara como cabía esperar, sino solo café turbio e insomne. Con las manos abiertas, como si escupiendo el café de su boca en forma de chorrito nos estuviera queriendo decir algo. No tenía Bruce verdades místicas que mostrar, no. Todo parecía una broma de mal gusto.

No sabía tampoco qué hacer con todo ese tiempo disponible, confiesa Bruce. Es lo que les sucede a los que desertan del mundo.


[...]




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