Botonera

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22.5.14

XXVI. MARGUERITE DURAS. MOVIMIENTOS DEL DESEO. Revista Shangrila nº 20-21, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2014.




Agatha et Les Lectures illimitées, Marguerite Duras, 1981



Nunca leí demasiados libros de Marguerite Duras. Muchos de ellos están ahí, frente a mí, esperando su momento. Desde hace años. De cuando en cuando siento el impulso de volver a ella: entonces leo alguno de estos. Uno, dos, nunca tres. No he visto demasiadas películas de Marguerite Duras. Ni tan siquiera recuerdo si he llegado a ver India Song (1975). Tal vez en aquel ciclo de la Filmoteca. Recuerdo sus cortometrajes, eso sí. Aquel en el que ella leía y la pantalla estaba en negro, siempre en negro. Quizás en ese momento empecé a desentrañar el misterio de mi fascinación por esta mujer, ese misterio que me lleva a considerarla alguien muy importante para mí, tan solo habiendo rozado, como he hecho,  su obra.

El misterio, tal vez, es su voz.
No es ni tan siquiera un caso especial. Francis Bacon, Tadeusz Kantor o Georges Bataille representan otros, otras tantas caras de esa atracción por autores cuya obra desconozco. Menos dramático en el caso de Bacon, más en el caso de Bataille, del que apenas leí nada y del que escuché mil veces aquel Nuits magnétiques grabado quién sabe cómo y conservado en una vieja cinta de casete.  Pensé en ello. En las razones. Descubrí que a todos los unía un solo punto: ellos mismos. Es decir, sus personalidades, sus gestos, su manera de hablar o de habitar los espacios. Sus miradas, sus palabras, sus silencios. Sus prolongados silencios. Los de Marguerite Duras, entre todos ellos.
Marguerite Duras concedió infinidad de entrevistas a lo largo de su vida. Caso extraño, algunas llegaron a convertirse en libros, como Escribir (Écrire, 1993), que reunía, entre otras cosas, dos documentales con ella de Benoît Jacquot (Escribir y La muerte del joven aviador inglés [La mort du jeune aviateur anglais], 1993), o bien fueron transcritas y convertidas en otra cosa, como Los espacios de Marguerite Duras (Les lieux de Marguerite Duras, 1976), con su amiga Michelle Porte. Hay en su manera de hablar algo que nos lleva hasta su escritura. Duras habla como escribe. Ella también fue de esos pocos escritores (tal vez la única) que leyó una y otra vez sus obras para la radio o en sus películas. Incluso Hiroshima mon amour (1959), junto con Emmanuelle Riva, poco después de la película de Alain Resnais. Aunque pensaba que solo la palabra escrita tiene importancia, había en ella ese gusto por la palabra pronunciada. (...)







Marguerite Duras. Palabra, silencio
Juan Jiménez García