La lista de Schinlder (Steven Spielberg, 1993)
(...) hay algo en ella [la niña del abrigo rojo en La lista de Schindler, Steven Spielberg, 1993], que se niega a ser olvidado, que persiste, que la fija en nuestro mausoleo occidental particular, quizá como uno de los fantasmas que habitan el punto de fuga de nuestro espejo. Una vez más, no entraré en el debate acerca de la apropiación del ícono mediante distintas maniobras de marketing, más o menos inescrupulosas. Intentaré comprender cómo funciona la niña en tanto operador textual y qué rasgos de construcción han conseguido que cristalizara con tanta fuerza en el imaginario popular.
(...)
Desde lo alto de una montaña a la que han acudido dando un paseo a caballo, el empresario alemán y una de sus amantes contemplan las acciones de la barbarie nazi. Si bien el espectador ya ha podido ver (con esa estética “posmoderna” de la cámara en mano que tantas críticas ha recibido) una buena ración de fusilamientos y actos violentos varios, la diferencia fundamental, el quiebre con el discurso previo, está dada tanto por el punto de vista como por el contenido narrativo.
Schindler mira. Representa, con su acción, la propia presencia del espectador cinematográfico, cuyo lugar queda establecido por Spielberg más allá de los muros del gueto. Su contemplación es pasiva, horrorizada, espacialmente distanciada del empedrado y la sangre de las calles en un ángulo de superioridad, tal como estaba distanciado su despacho de las manos de sus judíos en la cadena de montaje. Sin embargo, la aparición de la niña rasga brutalmente la continuidad de la escena.
El uso del color en su abrigo podría ser tomado, desde una amable y vieja postura analítica, como un gesto de distanciamiento brechtiano. Sin embargo, Spielberg lo utiliza en sentido contrario y genera una especie de abismo en la mirada, un subrayado en la topografía que fuerza a la mirada a no acostumbrarse al horror. Antes bien, se entabla un intenso plano-contraplano entre Schindler, su mirada incómoda y distante, de pronto sacudida por lo real, y el paso de la niña ante el que se multiplican infinidad de sucesos bárbaros.
(...) el funcionamiento privilegiado de la niña del abrigo rojo en La lista de Schindler responde, en primer lugar, a la fuerza con la que un único personaje se define contra el fondo mismo de la barbarie. El carácter abierto de dicho personaje bloquea automáticamente los mecanismos melodramáticos de empatía y lo convierte en un símbolo abierto y universal. Es, a su vez, un símbolo concreto del exterminio del pueblo judío, pero un símbolo que se desliza en la construcción icónica misma de las víctimas de la Historia. Solo en esta dirección podemos entender que el gran legado de Spielberg a la generación “posmoderna” no sea tanto la reactualización de la debacle, o el imprescindible archivo audiovisual-memorístico generado por su fundación, sino la creación de un símbolo total, concreto y universal, doloroso y verdadero, capaz de sustentar con su propia lógica no solo una película concreta sino una manera (la nuestra, la “posmoderna”) de entender la mirada (...)
Espejos en Auschwitz
Aarón Rodríguez Serrano