Botonera

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2.6.15

XVI. "ESPEJOS EN AUSCHWITZ. APUNTES SOBRE CINE Y HOLOCAUSTO", AARÓN RODRÍGUEZ SERRANO, Contracampo libros 13, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2015.





La cuestión humana (Nicolas Klotz, 2007)



(...) las conexiones entre campos de exterminio y tejido empresarial fueron esbozadas por Spielberg, hay un movimiento discursivo que no termina de quedar completamente cerrado en su propuesta: la manera en la que ciertas políticas empresariales siguen funcionando hoy como un mecanismo de destrucción de la vida humana. De hecho, las relaciones entre las grandes corporaciones que lucraron de alguna manera con lo ocurrido en los campos han pasado de manera más bien sutil en el nivel bibliográfico, por no hablar de su discreta presencia en las narraciones cinematográficas. Podríamos pensar que el límite en el decir de Spielberg viene dado por su propio compromiso con los mecanismos de producción cinematográfica de Hollywood, lo que explicaría también por qué nadie ha llegado tan lejos a la hora de poner el dedo en la llaga como Nicolas Klotz en La cuestión humana.

En esta ocasión, la metáfora del espejo Auschwitz/“posmodernidad” satura absolutamente toda la película, desde el cartel –que muestra a un Mathieu Amalric escindido, reflejado en la mesa de uno de los jerifaltes de su empresa– hasta el plano inicial en el que una legión de ejecutivos se afeitan frente al espejo en su paréntesis empresarial. Al contrario que en otras películas más o menos discutibles como La aritmética del diablo (The devil´s arithmetic, Donna Deitch, 1999), la manera en la que el Holocausto se manifiesta en la vida de los sujetos contemporáneos no deriva de ninguna deuda simbólica religiosa, de ningún ejercicio memorístico tras el que se parapeta súbitamente una víctima y, por supuesto, de ninguna anagnórisis descabellada. Antes bien, Klotz demuestra qué equivocados están aquellos que intentan ver en la máxima de la constante repetición de Auschwitz –“Hoy todo es Auschwitz”– un “frívolo diagnóstico apocalíptico paralizante”, ya que nada hay de frívolo ni de paralizante en la manera en la que la corporación contemporánea resulta deudora tanto de los mecanismos de despersonalización como de su visión utilitarista y contradictoria del cuerpo productivo. Así, el cuerpo de Simón, el protagonista, se desliza por un laberinto de oscuridades que lo arrastran hacia un pasado que casi siempre sucede fuera de plano (a no ser, como veremos, que se encarne en pesadilla pura) y que se deslizan en torno a un centro no significante, un pozo de negritud total en el que únicamente queda la escritura de una palabra, desde el comienzo de la cinta (un tren sugerido en un silbido, el número 361, unos golpes de percusión que podrían ser el traqueteo sobre unas vías indescifrables que colapsan con la irrupción de la guitarra de Syd Matters y el nombre del protagonista, más números que se deslizan hacia el borrado, un tren imaginario representa tanto al cine como a la catástrofe: “el cine ha hecho del tren su objeto interior, para reconocerse a la vez en su naturaleza mecánica y en su dimensión psíquica, en su cuerpo íntimo y global”) hasta la pura negación de lo visible en esa pantalla ciega total que clausura el relato, o si se prefiere, el viaje hacia el pasado (...)


Espejos en Auschwitz
Aarón Rodríguez Serrano