Botonera

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2.6.15

XVII. "ESPEJOS EN AUSCHWITZ. APUNTES SOBRE CINE Y HOLOCAUSTO", AARÓN RODRÍGUEZ SERRANO, Contracampo libros 13, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2015.




Mapa de Bikernau en Google



Hay un anclaje de los sujetos frente a la muerte. Quizá el “testigo de tercer grado” no sea sino el ser humano que comprende que la imagen, la experiencia “posmoderna”, en lugar de ofrecerle una mínima garantía, le obliga a sentarse junto a ella y deslizar la mano por su superficie como si fuera un lago contaminado o, como decíamos al principio del libro, un espejo líquido. Un espejo de tiempo –y de ahí las teorías de Bergson, o quizá el sueño que Deleuze tuvo de las teorías de Bergson– en el que la sucesión de instantes perdidos modifica el todo, sutura esos instantes pero también provoca una reverberación de ecos indescifrables en la sala de cine.

El hecho de que podamos geolocalizar las cámaras de gas de Auschwitz-Birkenau mediante una aplicación informática cualquiera otorga una suerte de inquietud museística, probablemente la misma de la que se nutren las industrias de la zona y que ha dado lugar al menos a dos películas distantes pero interesantes: La petite prairie aux bouleaux (Marceline Loridan-Ivens, 2003) y Finalmente, llegaron los turistas (Am ende kommen Touristen, Robert Thalheim, 2007). Los cuerpos se arremolinan en la experiencia del espacio memorístico y las cámaras de los móviles sisean, cliquean, procesan la información alfanumérica que luego sube en el aire (trepa en una trayectoria quizá similar a la que dibujaban las cenizas al ascender desde la chimenea del crematorio) y queda fijada virtualmente en los portales fotográficos, con filtros de Instagram que se aplican sistemáticamente (Black and White/Vintage/Coffee), y genera una nueva mirada. Volvemos a los campos como viajeros, como turistas, como náufragos. Mientras tanto, entre nuestros cuerpos creemos estar experimentando de alguna manera la experiencia del habitar, la experiencia del espacio y el tiempo, la experiencia de la realidad, la experiencia de la sutura y el sentido, cuando lo cierto es que todo es una perfecta y hermosa máscara cognitiva, un mecanismo de supervivencia que Auschwitz casi consiguió erosionar, ligeramente, un arañazo en nuestra autoconfianza y en nuestra irreductible fe en el sentido y la bondad del hombre.

Y sin embargo, geolocalizamos.  El mapa de Birkenau en Google también es una imagen.

Y la experiencia de ese satélite aéreo que arranca de la superficie de la tierra su textura la fagocita, la convierte en unos y ceros en los que no queda casi nada de la huella fantasmática de los mapas del campo tomados siete u ocho décadas atrás por los aviones aliados que encontraron a su vez, en la imagen primitiva, la prueba de las fábricas de la muerte. Aquellas imágenes (placas en blanco y negro) fueron silenciadas. Las de ahora pueden ser vistas en cualquier lugar y en cualquier momento, en un dispositivo móvil.

Si nuestra experiencia de lo real es una experiencia construida desde el cronotopos (desde el espacio y el tiempo que colapsan en un gesto de la vivencia: un beso, un aullido, el susurro que se experimentará al pasar esta página), el problema de las cámaras de gas ha sido, precisamente, la inclusión de elementos de duelo y memoria en todos los territorios posibles de nuestra realidad (...)



Espejos en Auschwitz
Aarón Rodríguez Serrano