Botonera

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14.9.15

IV. NADIE PUEDE VENIR A JUGAR CONMIGO, Mariel Manrique: "Werner Herzog. Espejismos de sueños olvidados".




La Soufrière, Werner Herzog, 1977



(...) Porque el cine es un acto de atletismo y no de estética, a Herzog le fascinan las movie-movies: Fred Astaire, el kung-fu y el porno. Buster Keaton como atleta de la fotogenia. Herzog preferiría perder un ojo en lugar de una pierna y, si tuviera una escuela de cine, la única exigencia para ingresar en ella sería una caminata previa de miles de kilómetros, durante la que el aspirante escribiera, mentalmente, una película. Porque el cine no es tierra de eruditos, sino de iletrados, se hace con las rodillas y los muslos. No es un gesto artístico, sino un ejercicio hipnótico. Así, hipnotizados y como sonámbulos, filmó Herzog a los actores de Corazón de cristal (Herz aus Glas, 1976). El cine según Herzog es una apuesta de riesgo, porque los apostadores apuestan la vida para sentir al máximo su vibración eléctrica, espectacularmente concentrados y poseídos por su actividad. No es una abstracción intelectual, una declaración ideológica ni un despliegue de ironía. Herzog dice detestar a Godard, en el cine de Herzog se pone el cuerpo. Pasan las horas y, pese a los pronósticos rotundos de la vulcanología, La Soufrière no habla, no grita, no arrasa las casas, los burros y los cerdos, los perros y las gallinas y a los tres hombres decididos a morir en Basse-Terre. La naturaleza, que invariablemente se reserva el final cut, ha decidido no entrar en erupción. El azar vira al ridículo el proyecto cinematográfico. El resultado es patético, con sabor a Beckett. Godot nunca llegó. Y eso es, también, el cine para Herzog: una pieza reconcentrada de alto riesgo, construida a golpes de atletismo hipnótico, que hace del paso en falso, del fracaso, su materia.

La Soufrière - Warten auf eine unausweichliche Katastrophe (1977) es el registro perfecto de una derrota formidable y la clave de bóveda del mundo-Herzog: somos, como escribió Spinoza, experto en física y pulidor de lentes, finitos pero indefinidos. Ningún hombre tiene los días contados. Los tiene por contar (...)





"Nadie puede venir a jugar conmigo"
Mariel Manrique

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