Blade Runner, Ridley Scott, 1982
Todas las vidas son una; “ningún hombre es una isla”,
como dijo Shakespeare una vez.
Philip K. Dick, en boca de su personaje J. R. Isidore
Las lágrimas son la prueba irrefutable, el índice inequívoco de la presencia de las emociones en el ser humano. Pero no cualquier tipo de lágrimas, porque las hay diversas, con composiciones químicas y finalidades distintas. Somos los únicos primates que producen lágrimas pero no somos los únicos animales que las lloran; las de los cocodrilos son bien conocidas, lágrimas basales o reflejas que solo sirven para limpiar sus ojos. Ahora bien, como ya anticipó Darwin, somos la única especie que llora lágrimas emocionales. La capacidad de trasladar un intenso proceso emocional a la producción de lágrimas, y especialmente el sollozo, es un rasgo tan exclusivo del ser humano que define nuestra misma naturaleza. Pero solamente cuando esas lágrimas se vierten por la emoción que nos acerca a otro ser vivo, por sentir lo que siente el otro, son evidencia palpable de esa humanidad entendida como cualidad, de la empatía, que si bien es potencialmente accesible a todos los humanos, no por ello parece ser exclusiva ni desde luego extensible a todo el género humano.
En Blade Runner (Ridley Scott, 1982) y ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Philip K. Dick), donde el trasfondo del argumento gira siempre en torno a la definición de humanidad, la oposición entre lo natural y lo artificial en un mundo poblado de humanos deshumanizados y androides ‘más humanos que los humanos’, la fugacidad con la que irrumpen las lágrimas en ciertos momentos de ambos relatos –el fílmico y el literario– esconde sin embargo una reflexión crucial para el desarrollo del argumento y su comprensión global. Tal vez las lágrimas de los replicantes, el aspecto más nimio, sean la metáfora perfecta del motor argumental de ambas obras, que seguidamente toman caminos distintos para confluir de nuevo en su reflexión final.
¿Qué es lo que nos hace humanos? Esa es la pregunta constante a lo largo de la obra de Philip K. Dick, pero no lo es menos en la de Ridley Scott, aunque quizá sin la densidad filosófica y científica del primero. Lejos de ser evidente, la respuesta a esa pregunta en medio de la revolución científico-tecnológica se muestra cada día más compleja. Porque estamos comprobando que todos los rasgos que asumimos nos eran exclusivos, después de todo no parecen serlo, y los que quizás lo sean, si no ahora, pronto estarán al alcance de nuestra tecnología genética (...)
More Human than Human
Las lágrimas de los replicantes
Las lágrimas de los replicantes
Irene de Lucas en Lágrimas 1