Botonera

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25.6.21

RESEÑA DE "UN BELLO TENEBROSO", de Julien Gracq (Shangrila 2021) en "Kaos en la red"

 



¿JULIEN GRACQ, ESCRITOR SURREALISTA?

Por Iñaki Urdanibia


«La tierra, las estaciones, el suelo, el bosque, está completamente vacío de acontecimientos, e incluso de contenido convencional, pero para mí, ahí hay también un contenido, y muy importante. E incluso, creo que es prácticamente el único contenido de mis libros […]. El sentimiento de lo maravilloso, de la maravilla única de vivir en este mundo y en ningún otro…se equilibra con el sentimiento del desastre»

No es la primera vez que se habla del escritor francés (1910-2007) como de un clásico, yo mismo he recurrido a tal calificación como puede verse en alguno de los artículos añadidos al final, y no hace falta para ello recurrir a las condiciones que con certero tino enumeraba Ítalo Calvino; siempre se mantuvo lejos de las modas y corrientes en boga, él iba a lo suyo. Es claro que Louis Poirier, el de Julien Gracq fue el nombre de escritura que adoptó inspirándose en un personaje stendhaliano, Julien Sorel de Rojo y negro, y en los hermanos romanos, los Gracos, se dedicaba a impartir sus clases de literatura a clases de enseñanza media (en Quimper, Nantes, Amiens, etc.), también enseñó geografía en la universidad de Caen, y, por supuesto, se entregó en cuerpo y alma a la escritura.

Breve fue su implicación política y sindical, en la CGT, y afiliado al PCF hasta la firma del pacto germano-soviético que le hizo abandonar el partido, en 1939. Ese mismo año fue movilizado como lugarteniente, siendo destinado al norte, cerca de la frontera belga. Participó en los combates de Dunkerque, siendo hecho prisionero e internado en febrero de 1941 en el campo de Elstehorat, en Silesia. Fue allá, precisamente, en donde escribió, más bien proyectó, su segunda novela, que fue publicada en 1945, ahora traducida por Vanesa García Cazorla y editada por Shangrila: «Un bello tenebroso». Ciertos puntos comunes sí que le unen con su anterior novela, En el castillo de Argol, en lo referido al peso que adquieren el destino y la muerte. Un hotel al borde del mar, allá en Bretaña, reúne al protagonista y narrador, Gérard, que pasa las vacaciones en el Hôtel des Vagues ( la palabra significa olas y también vagos), y en donde trata con diferentes personajes; algunos de ellos extraños donde los haya. Si Christel es una mujer que deslumbra por su carácter enigmático y su no menos enigmático discurso, que acompañan a su belleza, quienes de hecho sobresalen en su capacidad imantadora, rozando los bordes del hipnotismo son Allan y Dolorès que llegan al lugar levantando al instante una atracción generalizada al desprender un aura de luz, negra, y la menciono de este color ya que la atracción se mueve en una tensión oscura hasta lo diabólico, que anuncia la muerte, el fin, a la que parecen empujados los dos miembros de la pareja. El narrador que había pensado en marcharse, prolonga su estancia ante el relato que le es narrado por Gregory acerca de Allan, antiguo compañero de estudios y de internado, que va a llegar al hotel, y las ganas locas por conocer al singular personaje; desde luego las expectativas no se ven defraudas ya que desde que el tal Allan, llega con su pareja Dolorès, se convierte en la atracción que fascina a todos los veraneantes, al erigirse en verdadero eje de la existencia de estos.

Desde el principio nos vemos atrapados por una fiesta paisajística, con la mar y las dunas como escenario, que es ritmado por las olas y por los fenómenos meteorológicos que parecen casar con los estados anímicos de los personajes, que por allá vagan. Desde las primeras páginas se va creando un ambiente onírico alimentado por recuerdos, conversaciones e informaciones que van suministrando los unos a los otros, sobre los de más allá. También desde las páginas iniciales comienza el desfile de referencias a Poe, a Rimbaud, sobre el que por cierto el narrador trabaja, de Chautebriand o de Byron, en una unión de tendencias de romanticismo gótico, que no deja de lado a Baudelaire, Shakespeare, y los préstamos tomados del mismo André Breton, de quienes el texto se ve salpicado en unas tonalidades propias de un delicado jazz, turnándose con aires operísticos. Paseos, oscuridad, charlas, malentendidos y complicidades surgen, en la cercanía de las blancas playas. Encuentros con Jacques, Henri, Gregory en medio de una niebla algodonosa que va envolviendo al lector.

La pluma se desliza por los pagos de la exquisitez tanto en lo descriptivo como en lo referente al léxico y a las figuras literarias, mérito que se ha de atribuir, amén de al propio autor, a la traductora, que ha sabido reflejar las maravillas del mundo descrito, el gusto de la inmensidad, que en su extensión es reflejo de la vaciedad, en los límites del abismo, a la que se ven enfrentados los personajes en su soledad, y toda una geografía sentimental, del teatro de ese micromundo en el que se representa el drama trágico de la vida, balanceándose entre la caída, la muerte y la redención…creando en el lector un clima de atemporalidad, un sentimiento de irrealidad que le invade sin remisión, transportándole a un estado de suave ensoñación; dejando la lectura unas lecciones sobre el arte y sobre el arte de escribir, en un desarrollo dosificado que van desde el prólogo, al diario íntimo que conforma el grueso del libro, y al epílogo.

Si ya con motivo de la publicación, en 1938, de su primer libro, En el castillo de Argol, recibió una carta entusiasta del gurú del surrealismo, al que conoció personalmente al año siguiente en Nantes, ya con anterioridad Gracq había leído con interés a los surrealistas en sus años de estudiante, nada digamos la recepción de esta segunda. Los lazos de amistad, y de permanente diálogo, perdurarán entre ambos, aunque Gracq nunca llegará a integrarse en el movimiento, lo que no quita para que mantuviese una relación oblicua y que la fidelidad y admiración no cesaran como quedase demostrado en su André Breton, Quelques aspects de l´écrivain, publicado en 1948 por la Librairie José Corti, editor a quien se mantendría fiel hasta el final Julien Gracq. Como señalo el libro fue alabado con calor por Breton y siendo recibido con motivo de su publicación con elogios por parte de la crítica, nada digamos de los jóvenes seguidores del surrealismo entre quienes la influencia del libro fue determinante, el libro de este surrealista cartesiano que dijese alguno.


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