Botonera

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10.11.21

III. "VÉRTIGO. DESEO DE CAER", Valencia: Shangrila 2021




LOS SALVAJES DEL PONTO
Acerca del vértigo como fenómeno casi íntimo

MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ SAAVEDRA



I.

Pensaba escribir una intrincada y sucinta historia del mal, unos prolegómenos a toda filosofía del daño, una fenomenología del vértigo, un prontuario del dolor, un apólogo hiriente, una pequeña teoría del autoengaño y de las pasiones como protagonistas de la casa en llamas del yo, del barco si se prefiere, sorteando la compulsión de repetición hasta atracar en uno de esos puertos retóricos que nos permiten hacer las paces con nuestras más firmes inseguridades, con nuestras veleidades más constantes. Pensaba escribir. Lo pensaba mientras escribo. Escribía mientras pensaba, mientras sigo escribiendo y contra lo que pensaba escribir. 

En el momento en que escribo, caigo en la cuenta de que el “deseo de caer” es incompatible con cierto tipo de escritura, sobre todo cuando esa escritura, tan típica, pretende aprovecharse del misterio de ese deseo. He eliminado casi todo lo que había escrito: profesoral, sesudo, terapéutico. Y, sin embargo, ¿cómo evitar la ingente documentación al respecto? 

¿Dónde se encuentra quien desea caer? Para desear caer, hay que estar todavía por encima del objeto del deseo, que es “la caída”. El deseo de caer no es un deseo de aterrizar. No se trata de hacer pie. ¿Adónde desea caer quien lo desea? ¿Es posible decir: “ese es el lugar de toda caída”? ¿Es posible como quien dice: “no he caído tan bajo”? 

Afirma Nietzsche en el Zaratustra:

Vosotros miráis hacia arriba cuando deseáis elevación. Y yo miro hacia abajo, porque estoy elevado.
¿Quién de vosotros puede a la vez reír y estar elevado?
Quien asciende a las montañas más altas se ríe de todas las tragedias, fingidas o reales.

No nos arroguemos aún esa condición de superhombres, bailarines o niños. (Emil Cioran advierte que si bien, en sus obras, Nietzsche ejerce de profeta del superhombre, ora león, ora niño, en sus correspondencias privadas se queja como un camello postrado a los pies de sí mismo). Tampoco identifiquemos el “deseo de caer” con una caída en picado hacia todos los sitios y ninguno. ¿Hay que saber caer? 

Inmundos y elevados pueden ser nuestros deseos a la vez.

[...]


X.

¿Con qué elementos construimos, hoy, el lecho sobre el que nuestros sueños están siempre a punto de despertarnos? Podría suceder que lo mejor de nosotros mismos coincidiera con nuestra peor versión, con la versión más desmejorada respecto a la imagen que deseamos proyectar y que cada cual proyecta en relación consigo mismo. ¿No resulta enternecedor? (Eso explica la tensión, advertida por Cioran, entre las obras públicas de Nietzsche y sus correspondencias privadas). Ternura del amor. De un eros desinflado que desea la impotencia del otro (la desea en tanto que contempla un hecho consumado, no como quien pide un deseo) para acogerlo en su abrazo. 

¿Desear caer para ser sostenido en la caída? Sobre las ruinas de anteriores certezas a las que vela en su desolación, un deseo de amor. Así lo definió Rilke:

el amor que consiste en que dos soledades se defiendan mutuamente, se delimiten y se rindan homenaje.

[...]





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