Botonera

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26.11.21

XIX. "VÉRTIGO. DESEO DE CAER", Valencia: Shangrila 2021




CRASH (1996)
Las tres miradas de David Cronenberg


IVÁN GÓMEZ




Crash (David Cronenberg, 1996)



Ser es clasificar, es actuar, lo que a su vez 
significa desechar información. Así, el simple
acto de saber exige ignorancia.

Stuart Kauffman

Creo en la inexistencia del pasado, en la 
muerte del futuro y en las infinitas 
posibilidades del presente.

J.G.Ballard, Credo, 1984 



I. Un mundo sin futuro o el retrovisor de la historia

James Dean murió en un accidente de coche el 30 de septiembre de 1955. Un destino similar sufrieron otros personajes famosos: Grace Kelly, Roland Barthes, Albert Camus o T. E. Lawrence. Las variaciones sobre el tema son muchas: atropellados, accidentados mientras viajaban en moto o estrellados con potentes coches. J.F. Kennedy iba en un coche descubierto cuando le asesinaron. Algunos han vivido pegados a la mítica imagen de Zapruder, obsesionados con cada fotograma, rebobinando sin descanso a la búsqueda de la clave del enigma. Cineastas de principios del siglo XX utilizaron los automóviles de entonces para construir sencillas y divertidas películas en donde ocurrían todo tipo de accidentes. Los atropellados eran incluso capaces de quedar completamente aplastados y reducidos al grosor de un cartón para luego rehacerse impunemente. Ya se sabía que los coches estaban llamados a atropellar a las personas. 

En “La canción del automóvil” (1908), el futurista Marinetti describía la belleza de esos caballos de acero que se lanzaban hacia un infinito liberador. El metal chocaba contra el pasado. Y en “Los cantos de Maldoror” (1868-1869), Isidore Ducasse, Lautréamont para la posteridad, consideraba el encuentro fortuito entre un paraguas y una máquina de coser como algo bello y digno de ser admirado. En realidad, Lautréamont miraba hacia el futuro y veía un mundo sin Dios ni tutelas, en donde la voluntad lo era todo. Maldoror es un ser sobrehumano, un ángel caído, un asesino que lucha contra Dios y contra la idea de lo sagrado. El placer, la violencia y el asesinato forman parte de una nueva filosofía vitalista que pretende sustituir siglos de servidumbre voluntaria por un nuevo yo, siempre sediento de poder y conocimiento.

Y éste es el mundo que vislumbra J.G. Ballard en Crash (1973) y que adapta Cronenberg en su película de 1996. De un lado, tenemos la destrucción y el daño provocado por los accidentes de automóvil. Y de otro, la presencia de Maldoror-Vaughan, el profeta de un Apocalipsis que llegará en forma de gran impacto. En el prólogo de su novela, Ballard argumenta que la catástrofe ya ha ocurrido, que el desastre no es algo remoto propio del mañana sino nuestro irremediable presente. Sólo tenemos que saber mirar para encontrar las pruebas. El concepto capital del siglo XX, según Ballard, es la ruptura de los límites. Es un predicado de la ciencia y la tecnología, que aspiran a todo y han impuesto una moratoria al pasado. El pasado está muerto y enterrado, no hay nada en el retrovisor. Vivimos, según Ballard, el tiempo de la “filosofía del asiento eyectable [que] une el primer vuelo de los hermanos Wright con la invención de la píldora”.

Lo que se ve en el retrovisor del coche es un conjunto de fragmentos de ese pasado. Son piezas sueltas, que díficilmente constituyen un todo coherente. Para Ballard ese pasado resurge en forma de fragmentos de memoria y restos de tecnología low-tech sin que podamos extraer de ellos más que un tenue reflejo de lo que fuimos. Los personajes de Crash viven un presente acelerado porque no tienen más remedio. Con todo, el pasado sí tiene algún papel en la obra de Ballard. El personaje de Vaughan aspira a morir en un choque frontal con un automóvil en el que viaje Elizabeth Taylor. La gran actriz es el vestigio del pasado, el fragmento que atesora la memoria de un tiempo que ya no podemos entender ni recuperar pero con el que podemos chocar frontalmente. 

El futuro distópico que dibuja Crash es reconocible y se parece sospechosamente a nuestro inmediato presente. La novela de Ballard es enigmática, desangelada, dibuja un Londres gris y apático en el que habitan subculturas enfermizas. Sólo era cuestión de tiempo que Ballard se encontrara con David Cronenberg [...]





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