Botonera

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25.10.23

IX. "CRIMEN, HUELLA Y REPRESENTACIÓN. ESPACIOS DE VIOLENCIA EN EL IMAGINARIO CULTURAL", Anacleto Ferrer Mas y Jaume Peris Planes (coords.), Valencia: Shangrila, 2023


EL PATRONATO DE PROTECCIÓN A LA MUJER. ESPACIO, IMAGEN Y HUELLA DE PERPETRACIÓN (133)

[Fragmento inicial]

María Rosón Villena

(Universitat de València)




Figuras. 1 y 2. Ca. 1950-1970. Archivo Histórico Provincial del Sevilla.


En fecha de 2018, el programa Crónicas (RTVE) se dedicaba al Patronato de Protección a la Mujer; (134) la emisión se iniciaba con unas imágenes de archivo en las que se muestra la demolición del reformatorio de las Monjas Adoratrices de Madrid, uno de los centros de internamiento que funcionaron hasta bien entrada la democracia en España. La imagen de la brutal caída de este edificio, de esta arquitectura, podría ser epítome de la destrucción de uno de los espacios que podemos identificar con la dictadura franquista, aunque más que señalar su fin o desaparición, la voladura representa una borradura de una parte significativa de nuestra memoria colectiva.  Si, como dice Lefebvre (2013, 111), cada sociedad produce su propio espacio (2013, 111), el espacio de los «colegios» del Patronato, como se llamó a los reformatorios eufemísticamente, es el espacio del internamiento y disciplinamiento, y está ligado necesariamente al funcionamiento de otros lugares creados bajo el franquismo, como las cárceles de mujeres, los orfanatos o los albergues de Auxilio Social. 

133. Este capítulo es la versión en castellano del texto «El patronato de protección a la mujer: Space, Image and the Mark of Perpetration», publicado originalmente en inglés en Jirku y Sánchez-Biosca (2021, 231-246).

134. Fragmento visto en El Patronato. España 2018, Programa Crónicas, RTVE. Puede consultarse online en el siguiente enlace: https://www.rtve.es/alacarta/videos/cronicas/cronicas-patronato/4742478/ [29.01.2022]

El «Patronato de Protección a la Mujer» fue una institución represora que funcionó durante la dictadura franquista y subsistió hasta mediados de la década de los ochenta (1941-1985, a pesar de que oficialmente se abolió en 1978). Dependiente del Ministerio de Justicia, daba continuidad al Real Patronato para la Trata de Blancas, creado en 1902 y disuelto en 1931. La misión del Patronato franquista fue la de «dignificar la moral de la mujer, especialmente de las jóvenes, para impedir su explotación, apartarlas del vicio y educarlas con arreglo a la religión católica» (García del Cid 2015, 15). La presidenta del Patronato fue Carmen Polo de Franco, la esposa del dictador.

Su objetivo era «rehabilitar» la moral de aquellas jóvenes que no seguían los preceptos patriarcales y católicos de la moral franquista, a través del encierro de estas mujeres en reformatorios, mal llamados colegios. Por esta especie de cárceles pasaron madres solteras, mujeres violadas (en muchas ocasiones por sus propios padres), disidentes sexuales y muchísimas prostitutas. En definitiva, aquellas mujeres que por distintas razones y de formas diversas desafiaron los estrictos preceptos ideológicos de una dictadura pacata y violentamente machista que pretendía determinar de manera férrea un modelo de ser mujer, aunque la línea política del franquismo se sustentara sobre una doble moral. Las internas, en muchas ocasiones, fueron mujeres pobres, aunque también las hubo de clases acomodadas que sus familias estigmatizaron como «descarriadas» por muy distintos motivos (no solamente relacionados con la sexualidad, sino también por otras cuestiones como el uso de drogas o la práctica del activismo político, especialmente ya entrados los años setenta).

Los distintos agentes que sostuvieron la labor de los Patronatos fueron, por un lado, las autoridades civiles (gobernadores civiles, presidentes del Cabildo, alcaldes) y, por otro, los cuerpos de seguridad del Estado: policía, guardia civil y una figura especial, las «Celadoras de la moral». El patronato contaba con esta figura propia, las celadoras, que devenían las guardianas de la moral y las costumbres, de la «decencia», un concepto importante en el momento. Entre sus objetivos se encontraba el de proponer nuevas jóvenes para su internamiento. En lugar fundamental, las distintas órdenes religiosas que eran responsables de los centros: oblatas, adoratrices, trinitarias o cruzadas evangélicas (seglares, pero las más severas, ya que venían de trabajar en las cárceles de mujeres). También jugaron un papel esencial los profesionales de la salud, que «atendieron» a las madres gestantes, ginecólogos especialmente pero también matronas. Digamos que este entramado conforma una tupida red compuesta por muchos y diversos actores que podríamos considerar los responsables difusos de la perpetración.  Este gramaje tan espeso y su diseminación tan grande por todo el territorio, así como su asentamiento en prácticas cotidianas, que fueron repetidas año tras año hasta al menos mediados de la década de los ochenta del siglo XX, son algunas de las razones por las que a día de hoy no solo no se haya investigado judicialmente, ni menos se hayan depurado responsabilidades, sino que el entramado del Patronato haya prácticamente permanecido en el olvido. 

A pesar del enorme impacto que tuvo en la vida de muchísimas mujeres durante décadas y siendo una clave de la violencia machista y patriarcal del régimen, lo cierto es que esta institución ha pasado bastante desapercibida en los estudios sobre la dictadura. Y a pesar de su magnitud es aún hoy, en gran medida, desconocida. Sobre todo, se ha estudiado en el contexto de los estudios sobre prostitución, pues las memorias y los informes del patronato son una fuente de primer orden para su estudio. (135) También encontramos trabajos que provienen del ámbito del periodismo, como los de Consuelo García del Cid (2012 y 2015), en cuyas investigaciones se conjuga además el testimonio, pues la autora experimentó durante su juventud el internamiento en los centros regidos por el Patronato. También destaca la labor periodística que ha desarrollado la televisión pública de España (RTVE), con el programa anteriormente citado, así como la publicación de algunos artículos de prensa en distintas cabeceras virtuales. (136)

135. En este aspecto es pionero y especialmente significativo el trabajo de Assumpta Roura (1998). Sobre prostitución, otro trabajo clave es el de Mirta Díaz-Balart (2003). Una reciente publicación que ofrece una muy completa información sobre el tema es Lucía Pietro Borrego (2018). El trabajo de Carmen Guillem (2020), quien ha hecho su tesis doctoral sobre este asunto, es asimismo de enorme interés.

136. Especialmente destacan dos trabajos de El Confidencial, ambos escritos por María Zuil (2018a y 2018b). Véase también el trabajo de Violeta Assiego para El Diario (2019) y el de Ana Iris Simón, publicado en Vice en 2020.

Nuestro aporte en este capítulo será pensar el Patronato desde la perspectiva del espacio e incorporando fuentes audiovisuales: fotografías y un programa de RTVE. En él nos aproximaremos a los vestigios de la Maternidad de Nuestra Señora de la Almudena (Madrid). Este centro es clave para entender la invisibilidad, el silencio y el desinterés por la memoria y las vidas de las mujeres que vivieron estas experiencias, concretamente, el pasar por la maternidad. Un problema que en gran medida se debe a una transición que decidió mirar hacia otro lado y no afrontar los fantasmas del franquismo. Veremos cómo hasta 1983, y precisamente gracias a un programa de TVE que quería ofrecer una imagen edulcorada del centro, no comenzarán las diligencias que llevarán a su cierre definitivo. 


1. Escándalo público: espacios y control social

Pensar el entramado generado por el Patronato desde la clave espacial es un reto para la investigación, pues esta perspectiva permite un mejor entendimiento de sus prácticas, ya que estas tuvieron que ver, en gran medida, con el espacio. Si analizamos los patronatos pensándolos como espacios encontraremos algunas claves para entender su funcionamiento, tanto en el sentido de las regulaciones del propio estamento como las referidas a la experiencia en sí de pasar por un Patronato, que como es evidente, es en gran medida una experiencia espacial. No solo porque existe una experiencia de confinamiento en un centro concreto, sino también porque las mujeres eran denunciadas por encarnar actitudes trasgresoras en el espacio público: cines, piscinas, teatros, entre otros. Es clave, en este sentido, la clásica diferenciación entre las dos esferas, pública y privada, que estructuran el ordenamiento de género en la sociedad capitalista y que fue un pilar esencial en la construcción de las políticas de moralidad durante la dictadura: lo que se hacía de puertas adentro, en el ámbito de la intimidad y no tenía una exposición y visibilidad públicas que pudieran ser ejemplarizantes, era más permitido o incluso tolerado por los distintos poderes del régimen. 

El funcionamiento del Patronato se basó en la creación de una red de centros de internamiento, llamados colegios, por toda España. En ellos, las chicas eran recluidas y pasaban allí temporadas, en muchos casos, largas estancias. Como explica Carlos Álvarez, las vías de entrada al Patronato eran múltiples: a través de la detención policial, a través de denuncia de particulares o a través de la petición de la interesada (algunas se encontraban en estado de abandono o en busca de «protección»). Algo similar ocurría en otras instituciones para menores, como el Tribunal Tutelar de Menores de Bilbao (Álvarez 2020). También se podía ingresar a través de la petición de las autoridades civiles y religiosas, así como por la denuncia de las celadoras del propio Patronato. Para el internamiento de las mujeres era necesario que hubiera una denuncia previa. 

La consecuencia de llevar a cabo un «mal» comportamiento en el ámbito público es la reclusión en un espacio otro, «heterópico» —concepto de Michel Foucault que más tarde comentaremos—, los colegios. En este sentido, los centros funcionaron como lugares en los que se trataba, a través del confinamiento de las mujeres en los mismos, una intervención directa para reeducar las «conductas desviadas». Así, como explica Pietro Borrego:

la naturaleza del Patronato se autodefine a partir del análisis de sus funciones y de sus fines por su carácter redentorista, regenerador y profiláctico, lo que es coherente con la propia concepción de regeneración social. Ello implica en un primer nivel, el aislamiento social del elemento contaminado, la mujer inmoral cuyo pernicioso ejemplo es socialmente peligroso (2018, 24).

Así, el Patronato sería un poderoso aparato biopolítico franquista que funcionó como paradigma de una de las líneas maestras de la ideología del régimen, la que entendió que el periodo autárquico, el tiempo de posguerra, funcionaba como una gran «cuarentena social» necesaria para purificar España de los desmanes y disidencias, los virus, inoculados durante la etapa roja (Richards 1999). Así, en esta limpieza que los vencedores habrían de efectuar a los parias, las mujeres eran especialmente significativas como guardianas del orden moral y, sobre todo, como responsables de la reproducción social. Una acción, la de la maternidad y custodia de lo doméstico, que dejaba de ser una opción vital para transformarse en una condición obligatoria en pos del buen funcionamiento de la patria, y que, por tanto, era susceptible de intervenirse. Esa intromisión en la sexualidad femenina fue la que llevó a cabo, a gran escala, el Patronato. No solo con el control de gestaciones sino también con la «rehabilitación» de conductas que se consideraron desviadas.


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