Botonera

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24.10.23

VIII. "CRIMEN, HUELLA Y REPRESENTACIÓN. ESPACIOS DE VIOLENCIA EN EL IMAGINARIO CULTURAL", Anacleto Ferrer Mas y Jaume Peris Planes (coords.), Valencia: Shangrila, 2023


EL VALLE DE LOS CAÍDOS COMO SINÉCDOQUE Y EPÍTOME DE LA DICTADURA: UNA APROXIMACIÓN DESDE EL ENFOQUE DE LAS CULTURAS POLÍTICAS

[Fragmento inicial]

Zira Box

(Universitat de València)


Figura 1. NO-DO. 516ª (Año X).


La relación entre arquitectura y poder es conocida. Como apuntó Lawrence Vale en su Architecture, Power and National Identity, el poder político adquiere muchas formas y una de ellas tiene que ver con el valor simbólico que alcanzan los entornos y espacios físicos que lo rodean. En consecuencia, proseguía el urbanista, se puede aprender mucho de un régimen político observando simplemente lo que este construye, pues las edificaciones necesitan ser entendidas de acuerdo con los contextos políticos y culturales en los que se levantan. (75)

75. Vale, Lawrence (2008). En la misma línea, Deyan Sudjic (2005).

Pensando específicamente en el caso fascista, el historiador Emilio Gentile titulaba elocuentemente uno de sus libros Fascismo di pietra. Centrado en la ciudad de Roma y en el mito de la romanità, Gentile advertía que el fascismo no solo había sido el reino de la palabra –comprobable en la importancia de su retórica movilizadora y en el discurso propio de un movimiento que se consideró a sí mismo como poesía–, sino que también había sido un reino de piedra, expresándose en los edificios, reorganizaciones urbanísticas y monumentos erigidos por el régimen de Mussolini a lo largo de toda Italia. (76) Recientemente, la historiadora Queralt Solé y la periodista Sílvia Marimon titulaban su estudio sobre el Valle de los Caídos La dictadura de pedra, argumentando que la gigantesca construcción puesta en pie por deseo y orden del dictador no solo guardaba hasta hace poco sus restos mortales, sino que también posee la capacidad de contar parte de la historia del régimen franquista. (77)

76. Gentile, Emilio (2010).

77. Miramon, Sílvia y Solé, Queralt (2019).

La intención de este capítulo tiene que ver con lo anterior. En concreto, el objetivo es abordar el Valle de los Caídos desde la perspectiva del régimen político que lo construyó. En este sentido, la propuesta no es analizar qué significan esas piedras para la actual democracia ni qué expresan sobre la gestión de la memoria y del pasado traumático de nuestro país, sino poner en relación el monumento con su contexto político partiendo de la propuesta de considerar al Valle como una sinécdoque y un epítome de la dictadura que lo ideó. La alusión a la primera figura retórica —la sinécdoque— tiene que ver con que, por un lado, en este texto plantearé que el Valle se puede comprender como la parte con capacidad de tomarse por el todo; la referencia a que el monumento también puede ser considerado como un epítome se refiere, por su parte, a que siguiendo algunas de las fechas clave asociadas al monumento es posible bosquejar lo que fue el franquismo. Para desarrollar el objetivo mencionado, partiré de un abordaje del régimen franquista a partir del enfoque de las culturas políticas. Para ello, tomaré ciertos momentos o acontecimientos relevantes vinculados con la historia del Valle de los Caídos como instantáneas que ayudan a explicar la historia de la propia dictadura. Dicho recorrido comenzará en la inmediata posguerra, en el momento de la fascistización, para continuar a lo largo de los tecnocráticos años 50 y culminar, finalmente, con el agotamiento del régimen, la muerte del dictador y el inicio de la transición a la democracia.


1. Estudiar el franquismo desde el enfoque de las culturas políticas

A lo largo de los últimos años, el concepto de cultura política se ha incorporado con éxito al estudio de la historia política y cultural de la España contemporánea. (78) Perteneciente, en su origen, a la sociología funcionalista de los años 60 y abrazado masivamente por parte de los historiadores e historiadoras con el cambio de siglo, la novedad más reciente en lo que al término respecta ha sido tanto su refinamiento teórico y analítico como su consiguiente conversión en una herramienta eficaz para el análisis del pasado. (79)

78. Pan-Montojo, Juan y Peña Guerrero, María Antonia (2011), p.219.

79. Gendzel, Glen (1997), p.245. Formisano, Ronald (2001), p.394. Fernández Sebastián, Javier (2009), p.29.

Si bien han sido varios los desarrollos posibles de una noción que, como la que nos ocupa, está abierta a una cierta polisemia, se puede considerar que ha sido la historia cultural de la política, vinculada a autores franceses como Serge Bernstein o Jean-François Sirinelli, la que ha avanzado de forma más exitosa en su definición y aplicabilidad analítica. (80) Para estos autores, una cultura política sería un concepto articulado alrededor de tres vectores interrelacionados entre sí: por un lado, el conjunto de representaciones que conforman una específica visión del mundo y una construcción de sentido; por otro, los programas de acción política y los objetivos de fundar regímenes concretos dirimidos y luchados en el fragor político; finalmente, el catálogo de símbolos, ritos y gestos que formarían la urdimbre simbólica desde –y con– la que se da significado a la acción. (81) Así entendido, uno de los mayores potenciales heurísticos del término reside en su capacidad de aunar los tres elementos clave de lo político: las ideas conectadas con la acción y expresadas a través de arsenales simbólicos y rituales. Encarnadas en partidos o en familias políticas específicas según los diferentes contextos y países, las culturas políticas no supondrían, por tanto, meras cosmovisiones o representaciones colectivas, sino intenciones explícitas de conformar política e institucionalmente modelos de sociedad a partir de las construcciones de sentido previas. 

80. Otras definiciones, en Cabrera, Miguel Ángel (2010).

81. Sirinelli, Jean-François (1998). Bernstein, Serge (1992).

Aplicado al caso del franquismo, los trabajos de Ismael Saz han permitido en los últimos años comprender la dictadura como el contexto político de confluencia de las dos grandes culturas políticas nacionalistas antiliberales y hegemónicas del pasado siglo XX: la cultura política fascista, por una parte, y la cultura política del nacionalismo católico, monárquico y reaccionario, por otro. (82) Una y otra fueron culturas políticas de carácter transnacional, brotadas en distintos países y materializadas en el conjunto de partidos fascistas que, a partir de los años 20, se multiplicaron por todo el continente europeo, así como en las organizaciones y partidos monárquicos, católicos y antiliberales florecidos igualmente por Europa durante el inicio del siglo XX. (83)

82. Saz, Ismael (2008) y (2010). 

83. Kallis, Aristotle (2012).

En España, tanto una cultura política como otra se conformaron como tales en el contexto de la II República. En el caso del fascismo, el actor concreto que la vehiculó fue el partido de Falange Española, fundado por José Antonio Primo de Rivera en 1933 y fusionado un año después con las JONS; en el caso del nacionalismo reaccionario, se encarnó en el grupo de Acción Española, creado en 1931 como la alternativa del monarquismo alfonsino en clave antiliberal frente a la experiencia republicana. Que ambas ideologías se armaran como culturas políticas a principios de los años 30 no resulta casual: la instauración del régimen republicano y la llegada de la nueva democracia se interpretó como una amenaza de disolución del orden previamente conocido, propiciando que una y otra se organizaran como verdaderas culturas políticas armadas con un sólido programa y un puntualizado plan de actuación en aras de imponer un nuevo orden de cosas. (84) El golpe del 18 de julio de 1936 corroboró a sangre y fuego las explícitas intenciones de derrocar a la República, provocando el estallido de una guerra civil y la posterior victoria del bando franquista al que ambas culturas políticas habían apoyado y de cuya dictadura fueron pieza esencial. 

84. Saz, Ismael (2015). 

Estudiar el franquismo desde la perspectiva aquí apuntada ofrece tres ventajas analíticas. La primera de ellas consiste en que traslada el interés desde el régimen hasta sus actores, es decir, es una perspectiva que no solo se centra o se interesa por analizar qué fue el franquismo en tanto sistema político, sino que obliga, simultáneamente, a tomarse en serio qué fueron y qué hicieron tanto el fascismo español como el monarquismo antiliberal católico y reaccionario. Al ser consideradas como culturas políticas y, en este sentido, como ideas conectadas con la acción, se hace necesario seguir la pista de las intenciones, ambiciones, actuaciones y proyectos que una y otra tuvieron de forma evolutiva desde el inicio del franquismo y hasta el final. En este sentido, se puede corroborar que hubo fascismo y fascistas en España más allá del final de la II Guerra Mundial, así como el hecho de que parte del monarquismo alfonsino fue marcadamente antiliberal hasta la antesala de la actual monarquía parlamentaria. En una dictadura que duró cuatro décadas hubo, claro es, recambios generacionales gracias a los cuales las culturas políticas se fueron expresando a través de diferentes grupos y actores políticos según el momento. Así, si el fascismo siempre estuvo representado por FET y de las JONS, a partir de finales de los años 40, el nacionalismo reaccionario, monárquico y antiliberal pasó de expresarse a través del proyecto de Acción Española a hacerlo, fundamentalmente, a través del Opus Dei: primero, con la denominada generación del 48 y, posteriormente, con los influyentes tecnócratas del desarrollismo franquista. (85)

85. Prades, Sara (2012).

En segundo lugar, el enfoque analítico que nos ocupa también aporta nuevas perspectivas sobre la naturaleza del propio franquismo. Al asumir su heterogénea composición y las dinámicas protagonizadas por las dos culturas políticas, resulta posible comprender que la forzada convivencia entre ambas no solo supuso pugnas destinadas a marcar el espacio propio de cada una de ellas, sino que, igualmente, conllevó el desarrollo de influencias mutuas, contagios e hibridaciones por las que el fascismo asumió elementos de la derecha tradicional al tiempo que esta última experimentó la fascistización de algunos aspectos. En este sentido, es posible liberarse del laberinto taxonómico, tal y como sugirió Aristotle Kallis pensando en las dictaduras contemporáneas al franquismo de la Europa de entreguerras, y modificar tanto la pregunta como el objetivo de análisis: en lugar de tratar de definir qué fueron estos regímenes –¿fascismos o dictaduras reaccionarias?–, merece la pena asumir su heterogeneidad e hibridación para centrarse, en su lugar, en los estudios de caso destinados a ver de qué manera se produjeron en cada contexto específico las dinámicas expuestas. (86)

86. Kallis, Aristotle (2016). 

Finalmente, y de acuerdo con lo anterior, la tercera ventaja que proporciona el enfoque aquí elegido es considerar al franquismo como una coyuntura política que siempre estuvo conformada por fascismo y conservadurismo, que siempre albergó aspiraciones revolucionarias y ansias de restauración, y que tuvo simultáneamente mucho partido único y mucha institución eclesiástica. En definitiva, el enfoque de las culturas políticas plantea el análisis de la dictadura de una forma dinámica, atendiendo a cómo se repartió el poder entre una y otra según el contexto –tanto interno como externo–, a qué fricciones se produjeron entre ellas, a qué desenlaces se llegó y a quiénes tuvieron más y menos protagonismo en cada momento. (87) A continuación, comenzando con la historia del Valle de los Caídos, el primer epígrafe está destinado a ahondar en el periodo de máxima fascistización de la dictadura y del primer desempate a favor de la cultura política fascista: el de la inmediata posguerra.

87. Un análisis detallado de las ventajas analíticas del enfoque de las culturas políticas, en Box, Zira (2019). 


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